Francisco Martínez Valle, nuevo fiscal, ¿buena persona?
Finalmente cayó Carlos Mario Jiménez de la Fiscalía Zona Centro. La ciudad podría estar de plácemes, sino fuera porque quien lo sustituye llega con una cauda de cuestionamientos, que al final del día dejan maltrecha las expectativas de mejorar la procuración de justicia.
El nuevo titular es Francisco Martínez Valle, a quien ya se le incluye en la “reingeniería” (cualquier cosa que esto signifique) del equipo gobernante de María Eugenia Campos Galván, que no da ni para adelante ni para atrás; su gobierno está hecho de promesas; en particular la administración de justicia pasa por el peor de sus momentos, de lo cual es responsable directo el fiscal general Roberto Fierro Duarte, que en el mundillo del litigio tiene fama de inepto.
A decir verdad, no conozco ni tengo mayores antecedentes del recién llegado Martinez Valle. Sé que auxiliaba en tareas menores a Francisco Molina durante la defensa que este hizo para sepultar la acusación de corrupción contra la actual gobernadora. Esto es documentable, quiero decir, información dura que nos habla ciertamente de un ejercicio profesional de asistencia en una defensa a que cualquier acusado o vinculado a proceso penal tiene derecho.
No se cuestiona, desde esta perspectiva al novísimo fiscal de la zona centro, pero está claro que en la jerarquía está recibiendo una retribución por trabajos realizados en la frustrada jornada de llevar ante la justicia a Maru Campos. En otros términos, favor con favor se paga, o como dicen grotescamente los de la Cuatroté, “amor con amor se paga”; y si de dinero se trata, la corrupción dicta una norma ineludible: que salga del arca pública.
Hace unos días comenté este nombramiento con uno de mis amigos profesionales del litigio. Me dijo que se trata de “una buena persona”, o subrayado coloquialmente como “es buen vato” (usted póngale a su gusto la “v” o la “b”).
En realidad, una caracterización de ese tipo ni a mí ni a nadie nos dice nada. En lo particular, he reafirmado ese criterio con una reciente lectura de la novela Las buenas personas del joven escritor israelí Nir Baram, que versa sobre culpabilidad, moralidad, dilemas éticos, de aquellos que durante la Segunda Guerra Mundial trabajaron o hicieron negocios para los nazis o para los comunistas, y que siempre fueron “buenas personas”, aunque el balance final pueda decir otra cosa.
Ahí se lee, por ejemplo, y son muchos los pasajes citables: “la persona nueva en la que te vas a convertir no será mejor que la anterior, porque se tratará de una persona a la que se le va a exigir que cometa actos execrables. Esas son las condiciones del trato”.
Acto o potencia, no se sabe, pero el antecedente cuenta y cuenta mucho. Ojalá y no sea así.