La versión oficial es que al llegar la milicia en modo tumultuario, la seguridad se restablecerá en Chihuahua. Esa mentira, como las monedas que corren de mano en mano durante mucho tiempo, ya se desgastó. Empero, es la moneda corriente que el maruquismo ha puesto, a falta de imaginación, para sacarle al bulto de lo que pasa en Chihuahua.

No hay día sin muertos, sin el robo permanente a casas habitación y pequeños negocios, mujeres asesinadas aquí o allá, y una Policía Municipal que no da abasto para atender el grave problema ligado a la violencia y la ausencia de seguridad ciudadana.

Y señalamos al municipio al final, pero no por que tenga un nivel inferior o por desprecio, sino por una razón de fondo, y es esta: mientras en los estados y municipios no se fortalezca el brazo civil que tiene que ver con la formación de policías, siempre se va a estar pensando en que los soldados son la solución, por no decir, la última palabra.

Los municipios necesitan de su propia policía profesional para encarar la prevención, la custodia de las calles y las colonias, y que además se les brinde de manera natural una conducta de iguales comunitarios, lo que es imposible que suceda cuando son militares los que asumen la tarea, porque, para empezar, es frecuente que los acaben de traer de otras latitudes y, al final de día, no es para lo que se forman los soldados en otras tareas y disciplinas.

A mayor militarización, menos policía civil. Y entre más se tarden en formar esa policía propiamente civil, menos condiciones habrá para construirla. Desde 2008, cuando un militarote vino a Chihuahua a decir que para los soldados los autos de formal prisión son “marro” o “culatazo”, hemos visto claudicar a las autoridades civiles en la importante tarea de formar y construir policías profesionales.

Han pasado los gobiernos de Reyes Baeza, César Duarte, Javier Corral y ahora el de Campos Galván, y se sigue negligiendo el imperativo democrático de sacar al Ejército de las tareas que le corresponden. La realidad es que cuando están impotentes, imploran para que lleguen los soldados, que no es infrecuente, vienen a empeorar las cosas.

Cuando estas decisiones se toman, el miedo de la clase gobernante local es la que explica que se arrodillen ante la SEDENA y las comandancias de las zonas militares.