Her doktor Bazán no está solo, lo acompañan Duarte y Corral
Cuando llego a una oficina, pública o privada, y veo que cuelgan sobre uno de sus muros muchos pergaminos con títulos, académicos o no, tiendo a descreer del que la ocupa.
Esto no pasa de ser una opinión, como tantas, quizá indigna de tomarse en cuenta, más si esos pergaminos realmente tienen valía, porque estoy seguro que los hay, aunque sean los menos.
Lo anterior viene a cuento por el reciente doctorado que le otorgaron a Omar Bazán, y cuando digo otorgado, empleo la palabra como sinónimo de contraprestación en una simple operación de compraventa. Seguramente, la “universidad” que expende esos grados lo hace bajo la cantaleta de “pásele, pásele, marchante, aquí los tenemos a su alcance, no batalle”.
Esta práctica es endémica entre los políticos; no pueden vivir si no les dicen “licenciado”, “ingeniero”, “doctor”, aunque sucede con estos dos últimos que es frecuente que sí correspondan a un esfuerzo académico. Pero licenciados hay muchos con títulos más que balines, por decirlo coloquialmente.
En el pasado inmediato de la política chihuahuense obtuvieron títulos al calor de competencias electorales Javier Corral Jurado, que se recibió en 2006 en alguna universidad del territorio de Sinaloa, “donde se rompen las olas”. O César Duarte, que se licenció en 2009 en una universidad de la Ciudad de México.
Le tienen amor a los títulos porque tener uno engaña, o sin proponérselo discrimina, y porque hay que presumir que se pasó por la escuela y que se tienen conocimientos.
Lo digo en abono de una buena opinión que puedan tener por esto; confieso mi desamor a esos cartones, y no porque presuma el que tengo en mi despacho, o sea producto de un amor desmesurado por la academia. Aunque difícil de alcanzar, valoro más la sabiduría que el conocimiento. Pero eso ya es otro tema.