Maru Campos y Gilberto Loya vendieron la idea de que el municipio de Chihuahua fue exitoso en materia de seguridad pública. La realidad y las estadísticas dicen lo contrario.

Compraron prensa y supieron vender bien sus falsedades. Ahora que la administración municipal anterior se transplantó al gobierno del estado, preludio de un fracaso que pronto se verá, Gilberto Loya se convirtió en el secretario de Seguridad Pública, con ese rango jerárquico que viene del corralismo.

Que la gobernadora le tiene confianza, los hechos lo demuestran. Pero no nos vamos a quedar con eso, tenemos que atalayar con mayor hondura hacia el pasado y hacia el provenir, y al igual que muchos de los preocupados por la seguridad pública estaremos atentos y no comulgaremos con la rueda de molino estilo FICOSEC de una seguridad para los de arriba y que de los de abajo se apiade dios.

Cuando llegó Emilio García Ruiz al cargo que hoy tiene Loya, ofreció centrarse en las tareas de inteligencia policial, idea que es buena, pero ya sabemos que del dicho al hecho hay mucho trecho.

Loya siguió un camino diferente para obtener su ascenso y ganarse las confianzas: alrededor de un mes estuvo propalando la idea en entrevistas en vivo (me tocó escuchar una completa por la radio) en las que comunicó con puntos y comas que tras largos años en el sector policiaco había llegado la hora del retiro, que se despedía finalmente de esas tareas, que siendo tan riesgosas no le habían ocasionado percance mayor, ni personal ni con las gentes cercanas.

En esa línea enfatizó que le había restado segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años a su familia, que su entrega a la delicada función pública había traído ese abandono que suelen sufrir los workaholics cuando se entregan en cuerpo y alma a su tarea, olvidando todo lo demás.

Debo confesar que cuando lo escuché le concedí razón al que consideré su inminente retiro, y creo que en esta actitud estuvieron los que lo escucharon.

Pero fueron mentiras. Mintió cínica y descaradamente porque luego llegó la hora de su nombramiento y, no digo que se vaya a olvidar de los suyos, pero de sus palabras es obvio que se divorció.

Si Emilio García Ruiz llegó ofreciendo inteligencia y terminó comprando una mansión, lógico es pensar que Loya llegó contando mentiras y así continuará.

Al respecto, va una tocquevilleana como moraleja: la democracia se conoce más en las pequeñas cosas que en las grandes.