La derecha política en la que se enmarca María Eugenia Campos, con pedigrí y afinidades electivas propias, no tienen nada qué ofrecerle a la cultura. En el fondo ahí se situó la resistencia a su propósito de desaparecer de la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo la secretaría del ramo de reciente creación, hace cinco años, a inicios del gobierno de Javier Corral que llega a sus últimos días. Se trata de una resistencia invertebrada que nos hizo regresar, en círculo, al lugar en que nos encontramos institucional y formalmente.

Me explico: la futura gobernadora, dentro de su poder y facultades administrativas centralizadas se queda, o reserva, de todas maneras con el trazo de la política cultural, y lo que en todo caso se requiere será luchar por la orientación que se va a determinar y que, en principio, está en manos de la futura gobernadora que decidirá en la cima cómo actúe quien resulte titular del órgano que pretendió defenestrar, para subordinar su función, que al final se queda intacto en el organigrama.

Se defendió la conservación del estatus de una secretaría de estado y se piensa que así se le da centralidad a la cultura. En parte es cierto, pero tengo mis dudas. No está de más decir que apoyé a quienes se levantaron con buenos motivos en contra de la iniciativa de Campos Galván por una razón básica: se proponía un cambio inopinado del que no se habló durante la campaña ni se escuchó a los actores de la cultura, y porque transpiró y se hizo notar el propósito de la electa de que la cultura poco o nada le interesa.

Ella viene de una formación en instituciones educativas privadas y eso, en la especie, marca, pone un sello. La casta empresarial que la patrocinó es afecta a la cultura de coctel, de relax, de fin de semana, para las páginas de sociales, y dependiendo de esa rienda pocas innovaciones habremos de esperar, aun con la prevalencia de la secretaría. Campos Galván cedió ante la creciente impugnación que suscitó su iniciativa, reculó y quiere mostrarse flexible, que oyó el clamor del diseño, como lo hizo cuando fracasó con el proyecto de “iluminar” la cuidad de Chihuahua en un jugoso negocio millonario. Muere en el intento pero se muestra vital.

No nos vayamos de bruces con esa conducta, Hagámonos cargo de que de todas maneras se queda con toda la baraja en sus manos y hay que esperar dos cosas que están en su arbitrio para hacer una valoración de fondo y despejar incógnitas, a la vez que otra se encuentra en las manos que discreparon con fundamento de la propuesta. Van las dos primeras: esperemos el nombramiento del o la titular de la dependencia –sí, dependencia– y el giro que se dé al trabajo de la figura preservada con nivel burocrático de secretaría, sus propósitos, metas, financiamiento y contenido.

De los discrepantes que dieron cuerpo al disenso corrector, que ahonden en lo importante que es el asidero de la cultura. Lo digo así porque estimo de gran valor lo que dijo el político francés Jean Monet: “Si tuviera que empezar de nuevo, lo haría con la cultura”. Por esa senda las contradicciones con el futuro gobierno en este ámbito serán, a mi juicio, profundamente antagónicas y no admiten complacencias, obsequiosidades, cretinismo, que de alguna manera van a estar presentes como en el pasado y hoy mismo. Por otra parte, no sobra subrayar que la cultura se puede hacer desde adentro del gobierno, pero también desde afuera, sin las cadenas de todos muy conocidas y de lo cual hay burdo y sofisticado procedimiento de cooptación que lastran el desarrollo en el tema de la agenda que me ocupa.

Sin duda que cuando se habla de estructuras administrativas del estado hay que partir de precisar de dónde se inicia con acciones tangibles, por un lado; por otro, que la construcción de instituciones sirve para crear intereses públicos, como bien lo ha demostrado Samuel Huntington, para nada un pensador de la izquierda. En ese marco, quizá lo mejor sea crear un órgano constitucional autónomo, con personalidad jurídica y patrimonio propios, con un representativo concejo ciudadano, plural, incluyente de quienes están como figuras en el medio.

Si esto no se da, todo continuará como hasta ahora: dispendio, suburbans blancas del año, como la que transporta a Concha Landa de su casa a la oficina; viajes para “promover” la cultura chihuahuense en la brumosa y pérfida Albión, mientras aquí se le entrega un diploma en cartulina, ni siquiera un pergamino clásico a nuestro ceramista universal, el sencillo y genial Juan Quezada de Mata Ortiz, Casas Grandes, habitante de la tierra que vio el florecimiento y extinción de la cultura Paquimé.

Sí, me congratulo de que se ganó una batalla. Pero el triunfo está lejano y no es imposible. Empecemos por aprender a pensar por cuenta propia y ganaremos la guerra. Dicho sea de paso que estos conceptos propios de lo bélico no son de mi agrado, pero no tuve otros a la mano y labores diversas me desviaron para encontrar y construir mejores metáforas, precisamente de esas que ha prodigado la cultura. Vale.