Los funcionarios panistas, de nombramiento o elección popular, da lo mismo, están cortados con la misma tijera. Pondré dos ejemplos que llaman la atención en estos días.

Al señorito Eduardo Fernández, secretario de Salud, antecedido de la traición corralista de delegarlo en expertos en la medicina, se le cayó el techo del Hospital Central que dignamente lleva el nombre de Enrique Grajeda, aunque pocos lo sepan.

Se sabe de sobra que ese hospital data de una etapa temprana del porfiriato y no se registra en más de cien años ninguna desgracia similar.

A Fernández se le podía dispensar que no sepa nada de medicina, ni de políticas sanitarias, pero al menos debiera inspeccionar el estado físico en el que se encuentran los hospitales. Y no puede ser de otra manera, lo que menos piensa un enfermo, en este caso de Covid-19, es que el hospital se derrumbe o se inunde.

El otro caso es el de Marco Bonilla, que a falta de una comunicación política sustancial, se reúne con expresidentes municipales del PRI. En esta ocasión le tocó aparecer al lado de Patricio Martínez García, el presidente municipal y gobernador del estado que ha pasado a la historia por la corrupción política –él la inició con números grandes– y por las constantes agresiones a los derechos humanos, en especial los de las mujeres.

¿Pues qué le ven al político? ¿O es que se están adiestrando en el know how de hacer negocios al amparo del poder? Pregunta que huele a caso Pulse.

No se necesitan tijeras muy filosas para cortar a tan falsos políticos. Están hechos de lo mismo.