“Mis memorias”, de Henry Kissinger, muy gordas por lo que es más difícil cargarlas que leerlas, me sirven, ahora, para hacer dos o tres reflexiones sobre el proceso de entrega-recepción del gobierno a María Eugenia Campos Galván, quien ganó la elección, sin duda alguna, pero que tiene una escasa legitimidad en el apoyo popular, si medimos sus votos contra el padrón electoral del que somos parte. 

Dice Kissinger que “el periodo inmediatamente posterior a una victoria electoral es un momento de embelesada inocencia”. Al calor de la campaña se sobrepone el regocijo y la fiesta, más que la continuidad de lo que conduce a una administración que va a asumir retos y se coloca en la circunstancia del cómo hacer las cosas. Luego la anécdota, la narrativa de los momentos delicados, demerita el templado reposo que se ha de tener cuando realmente se van a asumir compromisos en favor del interés público. 

Pero hay un hecho que también registra el notable político y académico que sirvió al criminal Richard Nixon. En esa etapa de la inmediata poscampaña, quien la coordina, y en última instancia, quien resulta electo, entra en una suerte de entrevistas para integrar la futura administración, y de aquí se extrae la primera lección que contrasta con las aspiraciones desmedidas. 

Me explico: los que labraron el triunfo en los frentes de batalla, frecuentemente no son los que ocupan los cargos principales a la hora de constituir gobierno. A quienes sirven para las elecciones, se les dice que no son los aptos para gobernar y ahí empiezan los disensos.

Esta circunstancia, aplicada al caso concreto, se complica superlativamente a la luz de la realidad objetiva, del cómo se llegó al cargo y de cuáles fueron los compromisos y apoyos esenciales que lo hicieron posible, y aquí ya no me refiero tanto a la cantidad de los votos que se cuentan, sino de los votos que se pesan, en dólares, oro, acciones, intereses creados, para decirlo apoyándome en el cliché de Jacinto Benavente. 

Campos Galván fue y es un producto de la mercadotecnia y cultivó su potencialidad durante un amplio ciclo, su condición simbólica de mujer, en un momentum que es de la mujer, su capacidad de jugarle las contras y ganarle a Javier Corral, además con la posibilidad de evadir el peso de la justicia, pero, sobre todo, sus grandes compromisos frente a los dueños y oligarcas de Chihuahua, son base inequívoca del triunfo del PAN en la pasada elección. 

En esto se cultivó el voto anticuatroté, más que un voto proactivo. Las consecuencias podrá explicarlas un fenómeno registrado por el periodismo y, en menor medida, por la ciencia política, así lo conjeturo. Veremos el fenómeno del bossism (jefismo, a faltas de mejor traducción al español), que no es otra cosa que la existencia de poderosos jefes tras bastidores que serán los que tomarán las decisiones que luego se ejecutarán en el gobierno. En otras palabras: las grandes decisiones se van a asumir en agencias informales y luego se plasmarán en las formales para el barniz y tonalidad que, teóricamente, dispone la Constitución y las leyes orgánicas de los poderes. El presagio es el calderonismo, instalado ya aquí, en la persona de Ernesto Cordero, atendiendo las finanzas, o de un coordinador extraño a la región, como el sonorense Luis Serrato, exdiputado local, exsíndico de Hermosillo, quien hace las veces de un operador tras bambalinas. Sus posturas ideológicas encajan perfectamente con la ultraderecha del Yunque, ProVida y profascismo.

A todo este barullo, producto de la embelesada inocencia, sobrevendrán las órdenes de los oligarcas, los señores Terrazas de extenso linaje y otros que no enumero porque tienen fuerte capital y poca fama. Ahí, en ese espacio, los boss dirán quiénes van a los cargos y cuáles serán sus encomiendas. Ahora suenan los nombres de mujeres y hombres que se encargarán de la entrega-recepción. Hay prominentes priístas, de la mano de algunos panistas, y el dedo índice señalando lo económicamente estratégico. Nos dicen que son expertos, pero, esto es dudoso. Los del lánguido PRD no figuran, para qué, si ellos están en el departamento de fontanería. 

Lo que viene es una especie de vertebración de la “revolución de los ricos” en Chihuahua. Ya tienen una santa, creen que la feligresía está dispuesta, pero más les vale que no se confíen. 

El mismísimo Kissinger, con todo su genio y peso académico, estudioso de las restauraciones europeas, cínico y criminal como lo fue, no pudo evitar que a Nixon le dieran una patada en el trasero y lo defenestraran. 

Chihuahua no es una fiesta.