La Maru no está para tafetanes; nosotros tampoco
La transición panista –Maru y Corral son de ese partido– se está convirtiendo en una especie de vodevil. Por una parte la electa pide que le entreguen y Corral, con un dejo de patrimonialismo infantil, se resiste.
Hasta es probable que Corral, emulando a Duarte, no asista a la toma de protesta y al pase de la estafeta. Tiene varias posibilidades: una es simple y llanamente no estar presente; la otra, pedir licencia para ausentarse del cargo las últimas 24 horas y encargar al ahijado de Luis H. Álvarez que cumpla el protocolo.
Las reglas del ceremonial sirven de algo, pero no son todo; al final el respetable público asistirá a ver qué dice la recién electa y de qué equipo se rodea para el turbulento sexenio que le espera.
En esta transición Maru ya pronunció una de las frases que la acompañará en el tiempo que viene: frente a una funcionaria de primer nivel –así les llaman– dijo: “vamos a obviar las cordialidades”. Y no está mal como estado de ánimo, pues la pugnacidad que azuela al panismo local es más que superlativa. Claro que la urbanidad, que no es virtud, pero la prohíja, sería más elegante y eficaz, pero cada quien tiene su propio estilo.
Pero así como Maru, al igual que la Magdalena legendaria, no está para tafetanes, habrá de entender que la sociedad chihuahuense tampoco. En otras palabras, dejarnos de esas ruines cortesanías y convertir la franqueza en una práctica.
Y si no está ni para cortesanías ni para tafetanes, deberá entender que el reclamo de que se haga justicia por la “nómina secreta” tenderá a cobrar importancia en sí misma, acompañada del reclamo a sus complicidades con la tiranía duartista cuando fue diputada local, y por pretender, en un proyecto de poder que Chihuahua no acepta, que conjunte en una sola voluntad los intereses de los dueños del pueblo chihuahuense con el ejercicio del poder político que ese mismo pueblo reclama.
Por eso, si la Maru no está para tafetanes, el pueblo de Chihuahua menos.