Como ya se sabe por todas partes, el ex presidente Felipe Calderón brindó su apoyo a la candidata Maru Campos Galván. Se festinó el hecho como un acontecimiento, y lo es porque se trata de un político que estuvo al más alto nivel del poder en México.

De alguna manera le paga así a la candidata su apoyo en 2006, cuando asaltó la tribuna para que Calderón se hiciera formalmente con la Presidencia, “haiga sido como haiga sido”, lo que históricamente demeritó al panismo liberal de cepa, que llegó a ser motivo de llamarlos “los místicos del voto”.

2006 recuerda el gran divorcio del PAN con Manuel Gómez Morín, al que se le quema mucho incienso, se le lee poco y se le acata menos. Pero esto es un problema de otra índole, lo demás es que Calderón al lado de Campos Galván no suma, sino resta, porque en todos los rincones de Chihuahua hay víctimas de su estéril guerra y de sus fracasos enormes. 

Así que es una impericia mostrarse en público con él. Pero lo verdaderamente grave tras el mensaje subliminal, es la incorporación de una derecha política resentida y pro fascista, que va cobrando curso en el México de hoy. El acuerdo en cuestión habla de maridaje de esa derecha en todo el país. 

De paso, Calderón vino a cobrarle a Corral los denuestos que el Ejecutivo local le prodigó en memorable carta, y vino a cargarlo de epítetos injuriosos, quizá algunos con proximidad a la realidad, pero que habla muy claro de que entre panistas se odian más que entre calvinistas y católicos del Siglo XVI, de aquella noche de San Bartolomé. Quizá exagero, pero no está muy fuera de lugar mi afirmación, más si hay abundancia de ron y tequila.