La pregunta se propone sugerir, en abono de la crítica, el escepticismo con que hay que aproximarse a las izquierdas partidarias de México. Hacerlo sólo con fe, más si es de carbonero, con interés mezquino o simplemente sin saber lo que trae entre manos y dar por cierto que es opción de futuro, construye mal los caminos hacia su conocimiento, sobre todo cuando se apuesta por una opción con ese signo. Manuel Camacho Solís publicó un texto (El Universal, 06 enero 2014) en el que aborda el porvenir que le espera a la izquierda mexicana. Tiene el mérito indiscutible de tocar el tema ante la ausencia de opiniones, pero en realidad no aporta nada nuevo, aunque borda sobre tópicos que ya se han convertido justamente en eso, lugares comunes para los que se dan las soluciones comunes y ya muy envejecidas, cual ineficaces.

Empezaré por el tema de la unificación de la izquierda. Se trata de un plausible anhelo cuando los que la buscan lo hacen desde la honradez política, exaltando las bondades de la misma pues nunca será lo mejor encarar divididos lo que se puede hacer a partir de un solo frente. Quizás la lección al respecto sería que al revés de lo que se piensa no es la unidad la que hace la fuerza, sino la fuerza compacta la que hace la unidad. Aquí en México han sido efímeros los momentos en los que se ha actuado de esa manera. Realmente, para lograr una gran unidad de propósitos para cambiar a México hacia un camino de democracia y justicia, se tendría que prescindir de acotar un proyecto a partir de pensar en ir sorteando elección tras elección, reparto de puestos y, a final de cuentas, con proyectos de poder político que terminan por abatir lo esencial. Si la izquierda no estuvo unificada cuando sólo se alimentaba de nobles ideales, menos lo estará en medio de una disputa por regidurías, alcaldías, gubernaturas, diputaciones y, en especial, la búsqueda de la presidencia de la república a través de la cual se piensa que pueden iniciar un ciclo de reformas que requiere el país para encarar con viabilidad su futuro, sin exclusiones y sin la cimentación de nuevos privilegios.

En lo particular no me gusta pensar el futuro de la izquierda teniendo a la mano el calendario electoral del país. Es obvio que el pensamiento no se puede acotar por sexenios. Es una verdad que por sabida debiéramos callarla, aunque los prohombres de la izquierda mexicana están pensando en la próxima elección y también en la de 2018. La izquierda que requiere México tiene necesidad de elaborar una nueva síntesis de pensamiento político, económico, cultural, para insertarse en el diseño de un rumbo o el marcaje de una tendencia por la que hay que transitar hacia los cambios necesarios. Por ejemplo, una propuesta democrática a la que no se le adosen tantas virtudes etéreas que al incumplirse la convierten en la canalla de la política. Habría que pensar más dónde entronca el proyecto democrático con la construcción de una nueva república, necesariamente con un nuevo texto constitucional, a partir del cual se generen los consensos que México necesita tanto para aglutinarse como para procesar sus propias contradicciones tan abigarradas que hacen de México ahora un país sin cohesión.

En este marco tiene razón Camacho Solís cuando nos dice que la defensa del petróleo ya no basta por sí sola, pero lamentablemente se deplora que de alguna manera se insinúe, sin definirlo, que la defensa del mismo se tenga que hacer por una vía democrática en la que de paso se reconoce una nueva estructura del poder con el presidencialismo prácticamente restaurado e inamovible. Me parece escuchar en las palabras de Camacho un consumatum est en torno a la reciente reforma a los artículos básicos de la Constitución que definían un proyecto de Estado que debe cambiarse, ciertamente, pero no en la dirección que posibilitó el Pacto por México, con la complicidad del zambranismo.

La unificación per se de PRD, MC, PT y MORENA no es solución. Hay que preguntar para qué serviría esa unificación y hasta autocuestionarse si no sería mejor soltar lastre para elevarse. Si esto se entiende como un descreimiento de la pasta humana que hay en estos agrupamientos y que ya dio de sí, con sinceridad le digo que acertó. Recordando a Kant, ya que Camacho Solís recuerda a Hegel, pienso que con madera tan torcida es muy difícil hacer algo derecho.

Pienso que Camacho Solís tiene el mérito del conocimiento, más desde adentro del antiguo régimen que desde afuera; también el de sugerir otra ruta. Pero poco espero de él y de sus categorías, como esa que señala de tener un “partido decente” –cualquier cosa que eso signifique– porque aquí lo que se requiere es de conceptos analíticos que expresen contenidos concretos y tangibles. Ciudadanizar los partidos, como lo sugiere, a estas alturas ya es retórica. Cuando lo he visto en acción, Camacho me parece un hombre de berrinches, que se acercó a López Obrador cuando lo vio triunfador, que sobreestima el poder presidencial y desestima poner puntos sobre las íes. En alguna ocasión, personalmente le dije que le encontraba parecido a Venustiano Carranza. Nunca olvidaré, aunque eso realmente tenga poca importancia para mí, cómo un día trató de convencernos de la candidatura senatorial en Chihuahua de Víctor Emilio Anchondo Paredes, sólo bajo el argumento de que había sido secretario general de gobierno. A estos hombres recién llegados a la izquierda, los seduce el poder y también los pierde. Habría que ir más lejos. Para mí, hacia la nueva república y hacia una relectura del país, alimentada desde la socialdemocracia, reconociendo lo más rico de nuestro pasado, una contemporaneidad mundial compleja de la cual no podemos aislarnos en vana autarquía. En particular deben estar presentes en lo que viven la herencia liberal y la libertaria, la que ha exaltado que en un país con profundas desigualdades, con una pobreza lacerante, segmentado por diversas culturas y etnias, no puede abordar su futuro, un futuro en el que, sin dramatizar, nos va la vida como nación grande, por sus componentes. Y conste que no hablo en el sentido de la vieja religión secular del nacionalismo.