Chihuahua, al igual que todo el país, no va a resolver el problema de la seguridad pública con la simulación que los diversos niveles de gobierno presentan a la sociedad para engañarla. Ni la Guardia Nacional, ni las fuerzas armadas en general, ni las locales ni las municipales, están haciendo la tarea con la hondura que la sociedad reclama. Pero no se ve para cuándo se frene la violencia, el tráfico de drogas, el trasiego de armas en las fronteras y los servicios que la banca presta para el blanqueo de dinero.
La colusión entre Estado y crimen lejos está de haberse terminado.
Aquí en Chihuahua el fracaso es rotundo: ejecuciones en todas partes, vastas zonas en las que no hay más gobierno que el del crimen y, por razones políticas, frecuentemente hubo un divorcio entre el gobierno local y el federal, con la consecuencia de que quien lo ha sufrido es la sociedad.
Se supone que AMLO y Javier Corral pactaron un nuevo trato en esta materia, no sin la claudicación del segundo ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y el resultado no puede ser más grotesco: ahora, como antes, se volverán a sentar en la mesa; se supone que ahora ya se tendrán confianza –no han explicado porqué–, pero, por lo pronto, la única seguridad que se ve es la que así mismos se brindan estos miembros de la clase política, que convierten continuamente en un búnker el Palacio de Gobierno para aparentar que trabajan.
Afuera, en la calle, en las zonas rurales, en todas partes, el fracaso está a la vista, y así continuará, porque no hay bases sustentadas para enmendar el rumbo.
Entre tanto, aquí en Chihuahua se espera que la “inteligencia” que ofreció Emilio García Ruiz llegue. Hay que esperarla sentados, porque parados nos vamos a cansar. Y es que, lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta.