De nuevo Chihuahua ha recibido un baño de sangre. Los recientes sucesos de Nuevo Casas Grandes, una masacre, son más que aleccionadores del abandono en el que se encuentra el estado en materia de seguridad pública.

Ni el gobierno federal con su Guardia Nacional, ni el estatal, ni el municipal de una vasta zona tienen capacidad de contener al crimen. En la región chihuahuense que conforma nueve municipios aledaños a Sonora, no hay resultados que nos hablen de que el crimen va en retirada; al contrario, Casas Grandes, Nuevo Casas Grandes, Janos, Gómez Farías, Ignacio Zaragoza, Ascensión, Buenaventura y Madera, son notable ejemplo de la extraterritorialidad a donde no llega ni el gobierno ni el estado.

En lo local, César Augusto Peniche ya tiró el arpa en la Fiscalía y se fue a la política por órdenes de su patrona, Alejandra De la Vega: quiere ser alcalde de Juárez por el PAN. 

Por lo que respecta a Emilio García Ruiz, su inteligencia no llegó jamás, pero sí el dispendio. Ambos siguen los pasos del holgazán gobernador; de alguna manera son sus discípulos y hacen lo que ven que hace su mandatario.

Mientras todo esto sucede, arriba, en los círculos de poder, hay una feroz pugna por apoderarse de las candidaturas para que todo siga igual. Si no hay un viraje de fondo en esto, Chihuahua seguirá padeciendo la desolación de la sangre que corre por el crimen, el dolor que azuela con la pandemia y las carencias que nos hereda el paro económico.