En varias plazuelas he escuchado que, en ocasiones de fervor cívico, oradores proclaman que “la historia es maestra de la vida”, como si dijeran una geniuna y auténtica verdad, casi bíblica. Desde luego la frase es de vieja data y difícil es saber quién fue el primero que la dijo. Algo tiene de verdad, así sea por el simple hecho de que esa “maestra” frecuentemente es desobedecida. Como en las escuelas. 

Ahora, políticos que ya habían terminado su ciclo y que se preparaban para vivir su venerable vejez fueron sacados de sus alcobas, sus lugares de privilegio donde viven por Javier Corral, y con ello dar una muestra de que la unidad entre los diferentes es posible. A su vez, los convocados se han dirigido al presidente de la república clamando por la unidad nacional para encarar la crisis actual, la de la pandemia y la económica y social, hoy por hoy difícil de definir con todas las notas de la tragedia que ya la caracteriza. 

En algunos casos esos “venerables” invocan la historia, precisamente para subrayar el magisterio que se le asigna. Pero una cosa está clara: cuando ellos pudieron hacer historia se pusieron de espaldas al devenir; y no sólo eso, sino que lo trabaron y, de alguna manera, esto que tenemos ahora es producto de aquello que se hizo (o no se hizo) entonces. 

Ahora que se considera tiempo de brillar con el lustre de los años, pues qué mejor que desempolvar frases efectistas. Entre ellas recordar cómo fue que México perdió la mitad de su territorio en la guerra con los Estados Unidos de mediados del Siglo XIX. 

No sé qué estarán viendo a través de los prismas de esa filosofía de la historia, pero de lo que sí estoy seguro es de que algunos de ellos mataron más de la mitad de la posible construcción de ciudadanía que como insurgencia sólo les llamó la atención, desestimando por entero oír la voz de la historia, precisamente cuando la historia estaba y está sucediendo.