Imagine que el estado de Chihuahua es una casa con un tejado de dos aguas. Imagine de nuevo que la pelota del poder se encuentra allá arriba, cercana a la cumbrera y puede caer a un lado o a otro. Si los ciudadanos no intervienen para nada, esa pelota caprichosamente se puede desplazar a manos de los de siempre, en este caso de los que hoy por hoy, dada la emergencia sanitaria, les es dado hacer política porque tienen el poder, el dinero o la propiedad de un partido, o las conexiones con la delincuencia, en fin, los que cuentan con medios para moverse con seguridad y disponer de infinidad de resortes y recursos para moverse en dirección de sus propósitos.
Estimando que ese balón está en la cúspide, al menos se puede hablar de que estamos en circunstancias de duda, no podemos decir quién se levantará con el éxito en las manos en la empresa de apoderarse de seis años a través de una faena ubicada en un momento histórico especialmente delicado.
Colocado en las gradas de la ciudadanía, sostengo que no llegaremos a buen puerto si nos relegamos en la pasividad, como simples espectadores que se conforman con ver que la vida siempre ha sido así, que los que tienen el poder siempre, y de todas maneras, harán lo que quieren. Reducirse a eso ha sido la causa de que los filósofos proactivos adviertan: “Ay de los inertes”. Es una vieja idea que tiene que ver, por una parte, con todos los derechos, y por otra, con el ejercicio de todos esos derechos.
Deseamos para el año entrante el protagonismo de una ciudadanía siempre presente y siempre activa. De no ser así será mano la partidocracia, y Chihuahua corre el riesgo de naufragar en el mar de los proyectos de poder en los que el pueblo, sus intereses y anhelos, no figuren.
Veamos algunos escenarios. Por el lado del escaso poder que le queda a Javier Corral, tenemos presente la idea de una reforma electoral tardía, pero sobre todo dictada desde el poder, sin hacerse cargo de que tenemos alrededor de treinta años durante los cuales quienes están al frente del poder han tenido la autocontención de no transformar la legislación electoral para no dar pábulo a la idea de que se está inclinando la balanza hacia una facción. En esos afanes reformistas también vemos al PRI de Omar Bazán, pretendiente del cargo, aunque sabe de la imposibilidad del regreso del viejo partido hegemónico. Y con el lema de que de lo perdido lo que aparezca, quiere obtener una especie de plan de arbitrios cifrado en una segunda vuelta que le daría una plataforma para negociar con quienes a este momento se ven como prospectos para triunfar en la contienda.
Ni uno ni otro, ni Corral ni Bazán, tienen propósitos de aperturas a la democracia, aunque las retóricas de sus propuestas adornen mucho sus discursos, esto sin contar con las trabas que la misma Constitución General de la república dispone para la vida interna de los partidos y su capacidad de establecer los caminos para transitar hacia la selección de sus candidatos.
Si los ciudadanos somos abúlicos y no hacemos nada, esa pelota caerá al patio donde están apoltronados los partidos políticos, y nada mejor que verlos a través de quienes buscan la gubernatura sexenal del 2021 a 2027. Del PRI, ni hablar, no está en la posibilidad real. En la etapa post Duarte, sin los deslindes que debieron haberse hecho con mejor oportunidad y siendo un expediente abierto e inconcluso por la impunidad ancestral, es difícil que el tricolor se presente ante el electorado cuando habrá muchos deudos de la pandemia que en carne propia sufrieron la devastación de las instituciones de salud.
Pero vayamos a otra canaleta, la que llevaría al PAN. Ahí la disputa será entre un proyecto de continuismo que se llama “Gustavo Madero”, el corrupto de antes y de ahora, el firmante del Pacto por México, el que se colocó a la sombra de Corral para el patrocinio de sus andanzas políticas, el hombre que piensa en sus negocios y, como se sabe, en los “moches”. De hecho Madero cogobierna en Chihuahua. Su gente, con un tufillo de rancias familias venidas a menos, están enquistadas y las caracteriza el carecer de las tablas para hacer las cosas: Jesús Mesta Fitzmaurice, en la Coordinación General de Gabinete, Luis Fernando Mesta en la Secretaría General y Carlos Olson en la Subsecretaría General. Son de los personajes que Leonel Reyes Castro clasifica en su casillero de “los que no quiebran un buñuelo a sentones”.
Pero más allá de esto, el Partido Acción Nacional no es alternativa para Chihuahua; en un momento de dura crisis no está pensando en los más altos intereses de la sociedad, sino en los de la oligarquía local, y trazando un plan de vuelo de fuerte rijosidad hacia la sucesión presidencial de 2024, o los duros conflictos que habrá a lo largo de todos estos años de acendrada pugnacidad con el gobierno de la Cuatroté. En ese andamiaje, María Eugenia Campos se mueve con mayor destreza que las gentes del Palacio reseñadas, pero sin duda absolutamente cargada hacia una posición de derecha altamente peligrosa tanto para la república como para el propio estado.
Abajo del tejado también está MORENA tratando de atrapar la pelota; ahí piensan que el viento lopezobradorista hará el trabajo casi de manera inercial. El optimismo que ahí se respira es el de los que creen que la sola fuerza de gravedad se encargará de todo. No deben estar tan seguros. No es cierto que la historia se repita mecánicamente, y ahí la crisis es en gran parte de liderazgo y candidaturas. En un extremo, hacia la derecha, cobijada por MORENA, está el senador Cruz Pérez Cuéllar, pieza clave del proyecto de continuidad del duartismo en 2016. Lo he dicho y lo reitero, el expanista jugó el papel de esquirol, y si por él hubiera sido hoy nos gobernaría Enrique Serrano. Como todo recién converso, es ferozmente defensor de MORENA y esa ferocidad nos hace pensar en un punto que es básico para Chihuahua: seis años más de odio, ahora entre dos compadres, sería altamente lesivo para construir los iderazgos que Chihuahua requiere.
En el otro extremo está la izquierda deslavada con Juan Carlos Loera quien, a lo más, está en una etapa de aprendizaje y el color verde lo caracteriza, aparte de que no le ha hecho un espacio a su partido al vérsele constantemente adornando las actividades de Javier Corral.
Finalmente, también tienen a un desconocido, deux ex machina, Rafael Espino de la Peña. Aquí se presenta como movido por el gran dedo presidencial; exhibe sus virtudes a diestra y siniestra, pero si tal cosa fuese cierta, lo pongo en duda conociendo los estilos de López Obrador. No correrían para él buenos tiempos porque los años que vendrán requieren de un gobernador federalista y no de uno que se autopresenta como el alfil en tiempos de exigencia de autonomía. Al ser un asesor de PEMEX, nos ha hablado de todo en su afán de abrirse espacios, menos del candente debate del petróleo en México. En Chihuahua nunca han sido bien vistos a los que imponen del centro. Todavía están frescos los recuerdos de aquel Soto Máynez que impuso Alemán y quitó Ruiz Cortinez; de aquel Ornelas que designó López Portillo y defenestró Miguel De la Madrid. Chihuahua necesita un gobernador de Chihuahua, electo por los chihuahuenses, no impuesto desde el poder, y ese es el principal obstáculo, hoy por hoy, de este recién llegado.
No será el último sitio hacia donde pueda caer esa pelota. Si los ciudadanos se organizan pueden hacer prodigios, y esa es la posible vertiente que se está abriendo como posibilidad. Ojalá, porque la otra significa un autoritarismo atroz.