En estos tiempos se ha puesto de moda recomendar películas, canciones, juegos interactivos y obras de literatura. Para estar presentes en esa ola quiero recomendar la lectura de El mercader de Venecia, de William Shakespeare. Tengo un motivo más que especial y sobre todo de circunstancia. 

A muy temprana hora de este Viernes Santo, y después de un insomnio prolongado, me despertó una llamada del banco donde realizo mis modestas operaciones. No me la recargo, pero soy un deudor más que cumplido, nunca ando con la práctica de pagar lo mínimo para no causar intereses. En esta ocasión ese mínimo serían poco menos de 300 pesos, y por ellos he recibido no menos de cuatro llamadas personalizadas en dos horas, invitándome a que pague esos 300 pesos. Además he recibido igual número de mensajes de texto. Un verdadero acoso bancario muy propios de las prácticas del agiotismo, justo en este tiempo en el cual se nos pide tranquilidad, estabilidad emocional, paciencia, solidaridad y sobre todo nada de estrés y ansiedad. 

Pero, simultáneamente, los bancos están presumiendo planes emergentes con los que dicen se ponen en el lugar de los tarjetahabientes y los deudores. Con fines de imponerme de esos planes, intenté, al número telefónico correspondiente, comunicarme con un buen número de llamadas. Siempre me contestó una máquina, me proporcionó todo el menú de opciones, escogí el número recomendado, me pidió el número de tarjeta, me dijo “no cuelgue, su llamada es muy importante”, me repitió como diez veces la misma frase, avisándome de que los ejecutivos estaban ocupados. Continué en la línea, como me dijo la máquina, hasta que se hizo un silencio sepulcral. Así una y otra vez. 

Esa es la banca que tenemos, esa es la banca responsable en gran parte de la desgracia de este país. Por eso recomiendo que lean El mercader de Venecia y vean cómo se comporta en ese drama el personaje Shylock, y si no lea la exigencia que este hace al personaje Basannio, tras solicitarle un préstamo:

“Venid conmigo a casa de un notario, me firmaréis allí simplemente vuestro pagaré, y a manera de broma será estipulado que, si no pagáis tal día, en tal lugar, la suma o las sumas convenidas, la penalidad consistirá en una libra exacta de vuestra hermosa carne, que podrá ser escogida y cortada de no importa qué parte de vuestro cuerpo que me plazca”.

Como Basannio no cumplió a tiempo, Shylock demandó ante un tribunal su libra de carne, el corazón incluido.