A la mitad de la semana que concluye escribí un texto motivado por el detestable homicidio de Uriel Loya Deister. Contuvo más preguntas que respuestas, lo reconozco, y mis habituales críticas. Hoy lo retomo, movido por la respuesta que dio Javier Corral Jurado en contra de Unión Ciudadana. Sus palabras, sin ápice de duda, pretenden colocarnos en más de lo mismo: en el lado oscuro de la sociedad, cuando precisamente hemos luchado a contracorriente de la corrupción política de varias décadas atrás a estas fechas, cuando esto siquiera formaba parte del político profesional que es, con muchos cargos en su haber. En palabras que le vendrían bien a la boca de César Duarte, se dolió del “golpeteo político”.

Corral no lee ni lo expreso ni lo que está en el fondo. Si lo hubiera hecho, debió entender que las líneas escritas empezaron, precisamente por un cuestionamiento a la sociedad y a quienes en ella nos desempeñamos en actividades políticas. En otros términos, para hacer la crítica, empezamos por la autocrítica; antes que nada, quisimos ver la paja en nuestro propio ojo. Júzguelo usted a partir de este resumen:

I

“El peso de un problema se calcula en bruto. Nosotros incluidos”, reza un pensamiento despeinado del escritor polaco S.J. Lec. A leguas notamos en sus textos una sabiduría cargada de milenios, de raíces tan profundas que por eso, sobre todo en tiempos de dura crisis, son tan eficaces cuando cimentan y permiten elevar grandes empresas y aventuras humanas, respaldadas por los hechos.

A pesar de que la violencia en Chihuahua y México se ha convertido en cotidianidad atroz, infernal, sólo se mide por el duelo que dura instantes y por la regla básica de esta barbarie tolerada: mientras nada me pase a mí, a mi familia, a mis bienes y a mis intereses, se puede sobrevivir en el reducto de un confort propio de un hedonismo rapaz y destructor de la solidaridad humana. Me refiero al vacío que provoca el conformismo que daña la mente, el corazón, el hígado y los nervios.

Hay una actitud despreciable: nunca admitimos en la vida política que en nuestra calidad de individualidad ciudadana o sociedad en general, también somos parte del problema que nos lacera y delegamos en aparatos jerarquizados las soluciones, esperando pasivos a que lleguen: ¡han de llegar!, se dice, aunque no hagamos nada ni nos esforcemos porque se actualicen en bienes para todos. En esto nos aplasta una pesada losa histórica que nos ha reducido a una servidumbre inadmisible. Nunca será tarde para reconocerlo –ya lo hemos diferido demasiado– y somos parte del peso bruto de todos y cada uno de los problemas que son nuestro tósigo diario. Reconozco ese hecho, es éticamente ineludible hacerlo.

¿Y el gobierno qué? El gobierno, sus integrantes, hacen lo mismo. La diferencia es que no tienen ni derecho ni legitimidad para sacarle al bulto, para excusarse de los deberes constitucionales que han contraído y protestado acatar. Son los obligados a garantizar la seguridad de todos, el derecho a la vida, al disfrute pleno de los bienes propios, por modestos que estos sean. Pero aquí el gobierno evade, se justifica, da pésames hipócritas y selectivos en lugar de soluciones; engaña, desinforma. No da una. ¿Hasta cuántos muertos se pueden equivocar? Los poderosos ya no encaran a los hombres y mujeres dotados de dignidad inalienable: ven estadísticas, dictan “instrucciones precisas” erráticas, que además nadie cumple a cabalidad, y cínicamente se apoyan en la pasividad y la indolencia social para seguir medrando de sus privilegios, viviendo en la ruindad hecha de mercadotecnia, políticas de imagen, de frases huecas y organizando eventos cosméticos para pasar el mal rato. No ven ni asumen que todo en derredor se derrumba.

“Unidos con valor”, nos dicen, plegándose a una axiología barata. Vamos a la “Carrera de la Liberación”, exhortan, para querer demostrarnos que se puede vivir de pamplinas que a ellos les sirven para ir sorteando el día a día.

Chihuahua hoy hierve de indignación por la muerte de todos los días, por la extraterritorialidad impuesta por la delincuencia, por los homicidios de ejecución de muchos y el gobierno se solaza realizando eventos de lucimiento personal del gobernador, afecto a encabezar las rutas de la carrera y a ocupar las tribunas. Cree que una “selección natural” extinguirá a los sicarios, sin darse cuenta que si así fuera, los más aptos vivirían para hacer más daño. “El centro soy yo”, piensa el Ejecutivo, “yo doy los valores, yo libero, ¡síganme!”.

Cuándo, me pregunto, lo hemos visto en un frente de batalla o trabajar sobre la mesa de mapas trazando una dirección certera, o decidiendo una movilización oportuna y eficaz para recuperar la paz perdida por los miserables gobernantes del PRI y el PAN que se repartieron hasta hace muy poco el poder presidencial y los ejecutivos estatales sin emplearlos para el bien de la gente, los ciudadanos, la nación entera, con sus mujeres y sus hombres, con culturas y etnias de una diversidad abigarrada que nos dicen es riqueza por su pluralidad, pero que en sus manos se esteriliza porque no tienen la visión del genuino estadista, de aquel que emplea el poder público para la resolución real de los grandes problemas, los de fondo. En tiempos de dura crisis, estos gobernantes tratan de reconstruir sus partidos sólo para edificar sus proyectos de poder personal, elitista o grupuscular. En este día los ciudadanos deben ocupar el lugar central, sean del partido que sean o de la religión que profesen. Chihuahua sufre, llora sus muertos, en ocasiones ve como se priva a no pocos de una sepultura, no encuentra la justicia necesaria y posible. Estamos dentro de un pueblo que quiere tomar en sus manos el propio destino y no se vertebra para lograrlo. Por eso los malos gobiernos hacen lo que les viene en gana, lo que se les ocurre en la circunstancia para salir del paso, sin plan y sin estrategia.

No es hora de “carreras de la liberación”. ¿De qué nos han liberado si todo sigue igual o peor? En mérito de esto llamamos, desde Unión Ciudadana, la atención de Javier Corral Jurado para decirle que ha de entender que en el peso de nuestros problemas está incluido, sin excusa posible. Pero además, que su gobierno es pesado lastre que impide la elevación de Chihuahua a su liberación real, que lo demás, lo suyo, es banalidad, esterilidad y traición a quienes lo eligieron y, al final del día, de todos los que padecemos el fuego de este infierno voraz que todo lo consume (hasta aquí el resumen).

II

A este momento hay más muertos. En la búsqueda de los delincuentes, se encontraron en el camino a un gran capo, sin explicar si el mismo tiene vinculación con el asesinato del líder empresarial parralense. Luego vino quien ya ganó su propia carrera: el lepórido, millonario y corrupto Alejandro Gutiérrez Gutiérrez. La causa penal en su contra fue un comercio de errores gubernamentales, con todo y la miserable actuación de los consejeros jurídicos. He dicho que Corral no sabe gobernar y lo afirmo recordando a Maquiavelo: “Lo honroso es saber y poder castigar a los culpables, no el poderlos contener a costa de mil peligros”. Pero si el gobernador no lee a sus vecinos, mucho menos a los que vivieron hace más de quinientos años en Florencia.

No me llamo a engaño, me duele lo que pasa en Chihuahua con un gobernante que llegó al cargo sin saber los para quéque le dan eficacia y eficiencia a las decisiones públicas. Entiendo, con Sófocles, que las palabras duras, aunque estén cargadas de razón, muerden. No lo olvido. Pero hay sordos políticos que se las merecen, en cualquier circunstancia. El fracaso nunca es dulce, menos cuando no se oye la voz del pueblo, que a decir de algunos, es la de dios.