Óscar Aparicio Avendaño, uno de los “encargados de la seguridad pública en Chihuahua”, resultó un verdadero desastre. A su tiempo dije, luego de oírlo en una entrevista radiofónica, que no sabía ni los rudimentos de la compleja geografía del estado. Pero eso queda atrás, al frente está una realidad que aplasta al gobierno de Javier Corral, al propio jefe policiaco, al fiscal general y envuelve a toda la administración pública que no da una en este delicado tema.

Al contrario, las escenas que nos acercan a una guerra aparecen cotidianamente en los medios. La frase atribuida a un elemento policiaco causa escalofrío: “ustedes (los del gobierno) ponen las estrategias y nosotros los muertos”. Bastaría verificar la autenticidad –no la pongo en duda– de esta afirmación para poner de patitas a la calle a la actual administración. Empero, persisten en sus rutinas que denotan insulto a la inteligencia, abigarrada de una pertinaz frivolidad.

Del día que lo nombró Corral.

 

Aparicio Avendaño, a pesar de que hay un debate nacional para la búsqueda de alternativas a este grave problema, persiste en su visión puramente “militarista” de la violencia que se ha apoderado de una vasta zona de Chihuahua; visión, además, de pura lengua. Dice que la delincuencia lo supera –todos lo vemos–, que tiene mayor capacidad de fuego –todos lo sabemos– y que la SEDENA no los dota de armas de grueso calibre, a pesar de cinco solicitudes. No se hace cargo que del otro lado existe la visión sencilla de que dotar manos inexpertas con armas poderosas es, a final de cuentas, pertrechar al adversario.

En pocas palabras, el mando policiaco se inscribe, reiteradamente, en la idea de que únicamente las soluciones violentas contra la violencia son las que están en la agenda. No lee el signo de los tiempos, ni por asomo. Mejor sería que presente su renuncia, porque en las tierras de Chihuahua su presencia ha sido un soberano fracaso.

Así sucede cuando no hay gobierno. Todo un drama. ¿Hasta cuándo?