Ahora que ganó la elección presidencial López Obrador y que contará con una mayoría legislativa en el Congreso de la Unión, se ha puesto en marcha el proyecto de diseminar por todo el territorio nacional algunas secretarías y dependencias importantes, en el vasto entramado de instituciones que dependen de la Presidencia de la república. 

Cuando se hizo esta propuesta por el entonces candidato, formulé un desacuerdo y una crítica que hoy reitero, no porque esté en contra de la descentralización y adelgazamiento de la burocracia,  sino porque no le viene bien al país el crear ínsulas de poder por todos lados, más en la era digital en la que se pueden realizar multiplicidad de reuniones, toma de decisiones y transmisión de instrucciones en el ámbito de las facultades del históricamente todopoderoso presidente mexicano. En fin, es un ejercicio de crítica e imaginación.

Pero lo que realmente llama mí atención en estos días es que López Obrador quiere crear coordinaciones estatales para tener su “otro yo” en las entidades federativas y, supongo, también en la Ciudad de México. Veo esas coordinaciones que abarcarían todas las áreas (me pregunto si las militares también) como una mella muy fuerte que trastoca la posibilidad de iniciar el nuevo federalismo tan anhelado. 

Porfirio Díaz, que fue un presidente intrigante y dictatorial, acostumbraba poner a un lado del gobernador estatal a un jefe de zona militar, para decir: “aquí está don Porfirio, no se les olvide”, y traerlos de la greña y para erigirse en árbitro supremo, a veces al alto costo de socavar la vida política local. 

La propuesta de López Obrador me recuerda a la figura del Gauleiter de Hitler, el nazi. El Partido Nacionalsocialista empezó por designar incondicionales líderes de zona, como forma organizativa del partido a nivel nacional. Y luego, ya en el poder a partir de 1933 y hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, dispuso la creación Jefes Políticos del Partido en cada estado o región alemana, que eran los verdaderos mandones. No olvidemos, lo digo como aclaración, que en el totalitarismo el partido lo era todo. 

En todo caso, hay un tema político nacional que ha sido, reiteradamente, soslayado: el cambio geográfico de la capital de nuestra república. En su momento, influyó el ejemplo brasileño, que cambió Río de Janeiro por Brasilia, una urbe hecha exprofeso, con la finalidad de convertirse en la cabeza de un Estado gigante. De eso ya han pasado muchos años, y el ejemplo no cundió. 

El estatus jurídico de la Ciudad de México, como bien se sabe, ha ido cambiando, en parte para continuar como cabeza de la república por ser el asiento de los gigantescos poderes federales, empezando por la Presidencia de la república, siempre tentada a tener la característica de imperial. Estos cambios, a su vez, han ido en dirección de dotar de derechos políticos a los capitalinos, se ha creado una figura intermedia entre el antiguo departamento y la existencia de un territorio, fuertemente poblado, con su propia Asamblea Legislativa, Poder Judicial y Jefatura de Gobierno. Pero eso no ha resuelto los grandes problemas de una megalópolis con ingentes dificultades que no lo son sólo para los que moran allá, sino para toda la república.

No se ha visto con simpatía la añeja propuesta, casi inadvertida por la gente, de cambiar la capital de la república a un lugar que cobre la centralidad por ser sede de los poderes y la administración. Sé de las enormes dificultades que existen, y que el simple cambio de los poderes sólo aligeraría el problema, pues la Ciudad de México y el área metropolitana son una entidad industrial muy extensa. 

Pero sostengo de mucho tiempo atrás, incluso recordando al jurista Rabasa, que la federación no debe fortalecerse a partir de un poder que compite y destruye todos los demás. Que crece fortaleciendo su poder a costa de desgastar las entidades de la unión y los municipios. ¿Significa esta crítica que estoy a favor de lo qué hay? De ninguna manera, simplemente que en lugar de resolver problemas, descentralizaciones y mejor funcionamiento de la administración pública, se crearán rivalidades y conflictos. 

Colofón: no estamos en México para establecer procónsules por todos lados; es bueno y correcto no tenerle miedo a lo nuevo, pero mucho mejor abstenerse de ser aprendiz de brujo. Eso no es federalismo.