La señora Diana Gómez, consorte de Alejandro Gutiérrez, preso en el penal de Aquiles Serdán por el desvío de 250 millones de pesos en un caso que involucra altas esferas del poder en México y al PRI beltronista, salió públicamente en defensa de su esposo. Es comprensible que lo haga dada su relación sentimental y de familia.

Pone en operación el recurso de la conmiseración y la piedad para sensibilizar a la sociedad y de esa manera hacerse de un ambiente favorable a la causa de su marido. Quizá tenga como precedente la lección de chantaje que prodigó Javier Garfio y quiera repetir el resultado. Pero eso no es posible porque el asunto tiene una importancia tan grande que sólo el Poder Judicial tendrá que fallar, resolver, establecer como cosa juzgada, de manera inobjetable.

La piedad, lo ha dicho el filósofo español Arteta, es una virtud bajo sospecha: cualquiera da lástima y puede alcanzar resultado favorables. Es una práctica que la vemos mucho en la vida cotidiana. Pero el caso del muy conocido por el remoquete, “La Coneja”, no admite esa práctica.

Que Alejandro Gutiérrez tiene derechos y garantías, no hay duda. Que hay un debido proceso que obliga, tampoco. Con igual fuerza no es un asunto que se vaya a resolver bajo el lema de la canción de los años cincuenta: “Piedad, piedad para el que sufre”. Si así fuera, tendríamos que apiadarnos, en primer lugar, de toda la población chihuahuense que sufre los efectos de una tiranía de la que se benefició –dígase lo que se diga por la señora Gómez– el coahuilense Gutiérrez, al parecer pariente del presidente convencionista y muy bigotón Eulalio Gutiérrez.

En efecto, esta no es una caricatura en la que las lágrimas por el duelo de Bugs y Lola, ambos de apellidos Bunny, van a sustituir a la justicia mexicana, por más maltrecha que se encuentre.

Por lo demás, la pareja debe entender que en el fondo del asunto vale mucho la moraleja que deriva de este refrán popularisimo: “Donde no hay monte no hay conejo”.