La vida política del estado de Chihuahua sufrió un viraje a partir de 1974, precisamente cuando se derrotó al movimiento estudiantil que intentó, con tenacidad y talento, inaugurar una universidad democrática, crítica y popular. Nunca como en aquellos años se defendió la autonomía con mayor vigor y se pretendió tener un centro abierto a la sociedad, respetuoso de su pluralidad, pero con un profundo sentido de lo público. La lucha, entonces, fue desigual: al interior se contó con una gran fortaleza derivada de un consenso entre alumnos, maestros y trabajadores administrativos; al exterior, un gobierno represor –el de Óscar Flores Sánchez–, coludido con la corrupción y la reacción política y apoyado en la entonces Policía Rural con la que se libraron no pocos combates callejeros.

Contra el movimiento se intentó todo: amenazas a padres de familia y estudiantes, desconocimiento de estudios realizados, macanazos, creación de escuelas en paralelo, desaparición por decreto de la histórica Preparatoria, heredera del Instituto Científico y Literario. Hubo destierros de alumnos que llevaban avanzadas sus carreras, construcción de procedimientos penales amañados, como el que llevó a la cárcel a Víctor Orozco, hoy uno de los más importantes historiadores del país y maestro emérito, privación de cátedras.

La saña del gobierno obedeció a la intolerancia contra los demócratas, los socialistas, los liberales, estos últimos que a su tiempo claudicaron sin saber que la guillotina vendría para ellos más adelante. Se inauguró por aquellos años la universidad inane, la institución servil al poder, el desprecio por el debate y la buena academia y la investigación se postergó hasta el día de hoy, negando uno de los papeles centrales de toda institución de su rango, más la que se había fundado bajo muy buenos auspicios en la década de los 50 por un gobernador como Óscar Soto Máynez, que luego fue objeto de la defenestración presidencial. Por esa época la universidad simplemente no era autónoma, era una parte del estado. Ahora lo es, pero sólo de nombre. De entonces data el divorcio de la UACH con la sociedad.

Esa universidad de la que hablo la representaron, de manera siniestra, José R. Miller, Reyes Humberto De las Casas Duarte en el pasado más remoto, y en el más cercano, José Luis Franco y Enrique Séañez. Nunca tanta vergüenza se concentró en una cuarteta de enemigos de la sociedad abierta. En 1974, los vencidos no fuimos únicamente los derrotados del movimiento estudiantil, fue Chihuahua entero, su sociedad, sus ciudadanos. De aquella universidad en la que la tolerancia, la libertad de la buena cátedra, y el semillero de políticos decentes que luego fueron afluentes de no pocos bastiones de la lucha en el país y en el continente, quedó un adefesio que abrió las compuertas al pensamiento único y sembró las raíces para la derechización que con diversas modalidades llega hasta nuestros días. Se perdió la UACH, aparecieron los Colegios de Bachilleres como casas de contención de la juventud, quedó reducida a hospital de inválidos, conformada por la reacción política y los fascistas, y a simple apéndice de los sucesivos gobiernos priístas. También se convirtió en el instrumento para aviadurías sumamente onerosas. Durante la alternancia de 1992-1998 soplaron pálidos vientos de apertura que no lograron enderezar el camino de la nave.

Hubo una etapa, previa y posterior a 1968 –durante el rectorado de un querido liberal como lo fue Manuel Russek–, cuando se reflexionó el destino de la universidad, en consulta con todos, sin discriminación; fue el intento más sólido en el pasado de modernizar la universidad y data de entonces que la autonomía se repensó precisamente para construir una casa abierta al tiempo, recogiendo el lema de la actual Universidad Autónoma Metropolitana. En paralelo, teníamos una universidad que brillaba por sus estudiantes y maestros distinguidos; recuerdo ahora un simple manojo de nombres: Federico Ferro Gay, Augusto Martínez Gil, Ernesto Lugo Fernández, José Luis Orozco Alcántar, politólogo de talla mundial; Olac Fuentes Molinar, Gaspar Gumaro Orozco, Arturo Rico Bovio, Víctor Orozco, María Esther Orozco, Rafael Lozoya Varela, y muchos otros que olvido en estas apresuradas notas.

En otras palabras, había condiciones óptimas para la construcción de una universidad de primera. El poder no la quiso, aniquiló las oportunidades que se abrían para la sociedad y aquí están las consecuencias. Es un momento de nuestra vida política al que es infrecuente que se refieran actores de la sociedad e intelectuales, pero los hechos ahí están. Estas palabras no tienen un afán de autocomplacencia; sé que también el movimiento cometió errores y a su tiempo los he planteado en varias ocasiones. Recuerdo ahora que con motivo del 60 aniversario de la fundación de la UACH, en el justo momento del oprobioso rectorado actual, se lanzó una convocatoria para reseñar históricamente su vida. Hablé con el responsable de los trabajos concernientes y le pregunté: ¿Es también historia a relatar la vida de la UACH de fines de los 60 a 1974? Entendiendo mal la cortesía, su respuesta fue: sí. Y en los hechos, no. En realidad no esperaba nada.

Este año habrá relevo en la Rectoría de la UACH. Por un acuerdo palaciego, la elección se difirió para agosto, unas cuantas semanas más. La sociedad chihuahuense ha sufrido una sacudida que tiene que llegar hasta su campus, de manera tersa, sin violentar normas, mucho menos la autonomía al estilo de los simuladores del PRI que dicen no meter las manos ahí pero que lo hacen hasta los codos. Quizá la prórroga obedeció al sueño frustrado de hacer la designación a partir de un veredicto dictado por Enrique Serrano, que por obvias razones ya no llegará. Y qué bueno.

Sostengo que en la UACH, al estar ya instaladas las nuevas generaciones, en condiciones muy diversas a las que privaron hace 40 años, con ideas y anhelos nuevos, muchos de ellos aplastados miserablemente por la burocracia enquistada, puede intentar una nueva ruta, vida nueva. Hay que revertir la privatización en la que ha caído y avanzar por el camino constitucional de la laicidad y gratuidad. Creo también que hay maestros independientes, con formación sólida, que han reflexionado moral y políticamente lo que ha de ser la UACH que Chihuahua necesita. Hay una reserva democrática que es la cantera para un renacimiento. Hoy soplan vientos nuevos y qué bueno sería que alguno de los maestros, fuera del círculo gremial de los directores –una especie de nomenklatura soviética–, levantara la mano, construyera un nuevo consenso y pusiera en marcha a la UACH, para bien de Chihuahua, de la ciencia, las humanidades y de la sociedad toda. Si se acabó el miedo, se puede.