Es explicable, para su talante personal, que a Yeidckol Polevnsky el problema de los nombres, denominaciones, conceptos e identidades importen poco. Su historia personal –respetable siempre– en una fase de su vida la orilló a modifica su apelativo. Sus razones tuvo o tendrá. 

Con ese precedente se entiende mejor su reciente declaración de que “suena mejor PRI-MOR que PRI-AN”, como si se tratara exclusivamente de un tema de eufonía, es decir de lo grato o ingrato que suenen algunas palabras, siglas, designación de símbolos. Si sólo fuese así habría que reconocer que frente a PRI-AN, PRI-MOR y la carga emotiva que hay en esta, efectivamente sí suena mejor. Si el tema llegase a la música y a una de sus corrientes, tendría la disputa ganada. Es efectista.

Pero el problema no es ese. De entrada el problema está en el PRI, el partido, que la líder de MORENA, otro partido, ve bien cuando lo tiene de su lado, o como en el caso concreto, adentro, en las propias filas. Y malo, o muy malo, cuando se desplaza al PAN, también partido. 

Realmente la historia de la líder de MORENA explica que su lengua suelta provenga de su inexperiencia, de haber llegado azarosamente a un cargo que jamás imaginó y para el cual no se ha preparado, lo que también es lógico si realmente se entiende su situación de ser una figura sin perfil propio y sujeta a la voluntad del jefe real de MORENA, ahora presidente de la república. 

Muchos se preguntan qué pasa con estos aparentes deslices: entonces, ¿el PRI no estaba en la mafia del poder? ¿Ya se rehabilitaron?, ¿ya fueron purificados? ¿Qué pasó? Los que profesan el realismo político siempre contestan echando por delante los hechos –¡eh aquí los hechos!, nos dicen–, y entonces enlistan, como en el caso que nos ocupa, el enorme catálogo de priístas que migraron a MORENA, que hoy son parlamentarios, altos funcionarios, aspirantes a cargos de mayor rango, olvidando sus historias personales –recordemos a Bartlett y la “caída del sistema”– de donde deviene el mote de que MORENA y PRI se han fundido en un fuerte abrazo del cual pueden salir convertidos en un monumento monolítico. Y eso ya no es eufonía, bel canto o lo que sea. A los mexicanos, y a muchos morenistas de a pie, las cínicas declaraciones de Polevnsky, su fondo, molestan y raspan no nada más a los oídos sino las conciencias y responsabilidades de quienes se proponen una transformación del país.

No vaya a ser que si la líder cambió su nombre en el pasado y ahora le suene bien la mezcla de autoritarismos, nos venga en breve con la tonadilla asociada a una pegajosa canción que llame ir a un México que, como Tabasco, paisajistícamente, sea un PRI-MOR.