En este día de paro acomoda bien recordar que el símbolo de la Cruz de Clavos fue premonitorio a principios del siglo XXI: se instalaron varias precisamente cuando un gobernador se llamaba Patricio. Ahí está no sólo como testigo viendo pasar el tiempo, como dice vieja canción, sino como un actor que convierte la memoria en acción.
Ahora transcribo el primer párrafo del libro La Cruz de Clavos, porque no tiene y jamás ha tenido desperdicio:
“Convertir en alegoría la exigencia de justicia para visibilizar lo invisible, para pensar lo impensable, para sobrecogerse con una tragedia que, para mayor escándalo, había tomado tintes cotidianos; hablar de feminicidio, nombrarlo con la fuerza indiscutible de la metáfora que condensa las palabras hasta extenderles su mayor fuerza simbólica, implicó congregar el esfuerzo, el talento e ingenio individuales y colectivos para grabar en la memoria la convicción de que nunca más se debe agredir la vida de la mujer con la complacencia e incuria del Estado, obligado a velar por la seguridad de la población, en especial de aquellos sectores de mayor vulnerabilidad”.
Hoy las calles están pletóricas de dignidad y libertad. La causa civilizatoria que mueve a millones está en marcha y el patriarcado está herido de muerte.