
Sheinbaum y su justicia selectiva
El secretario de Marina, almirante Raymundo Pedro Morales, fue el primero en hablar durante la serie de discursos oficiales que se pronunciaron en el Zócalo de la Ciudad de México durante el pasado desfile del 16 de septiembre, y quiérase o no, sus palabras sorprendieron a propios y extraños, no tanto por su contenido como por el atrevimiento que algunos analistas observaron en su actuación, de admitir la corrupción al interior de la institución que encabeza.
“Fue muy duro aceptarlo, pero hubiera sido imperdonable callarlo. El mal tuvo un fin determinante, en la Marina no encontró lugar ni abrigo”, dijo el almirante Morales, y agregó: “fuimos nosotros mismos quienes dimos el golpe de timón, porque la lucha contra la corrupción y la impunidad son parte central de la transformación”.
Esas palabras fueron las que, “con arrojo y aplomo”, para algunos especialistas, resultaron muy inusuales de parte de un secretario de Marina respecto de la magnitud del caso del huachicol fiscal, que representa un desfalco al erario estimado en unos 500 mil millones de pesos, pero sobre todo porque “lo haya encarado en un discurso público”.
Pero detrás de ese discurso no hay, a pesar de todo, una intencionalidad propia. Todo mundo sabe que un funcionario de ese nivel, y menos tratándose de la Marina, ofrece discurso o conferencia de prensa alguna sin antes haberlo consultado con su jefe inmediato, en este caso la presidenta de la república y comandante suprema de las Fuerzas Armadas.
Obligados por las circunstancias –históricas, dirán algunos–, el almirante Morales fue puesto a dar la cara por la parte que le toca: “Pase lo que pase, duela lo que duela, se trate de quien se trate, porque el amor al pueblo sólo puede corresponderse con ese tipo de sentimiento. Nuestra lealtad nos sostiene”, sostuvo ante un Zócalo y una nación expectante.
Aún así, de este lado de los expectantes cabe preguntarse, nuevamente, ¿porqué se tardaron dos años en actuar?, ¿cuánta responsabilidad recae en Andrés Manuel López Obrador, quien hasta con enfado reiteraba que no era cierto que un presidente no lo supiera todo dentro su administración?, ¿qué hará al respecto Sheinbaum sobre su padrino político? Son preguntas válidas que han de responderse con acciones concretas cuanto antes porque de lo contrario se quedaría, una vez más, abierta la puerta a la impunidad y al conveniente olvido colectivo, influenciado por la narrativa oficial creada desde el púlpito mañanero.
Ciertamente no basta con admitir el problema de la corrupción interna, sino plantear cómo combatirlo y actuar contra él, “tope en donde tope”, según dijo la presidenta que, paradójicamente, ya ha establecido ella misma ese “tope” al defender, anticipadamente, al exsecretario de Marina, Rafael Ojeda, colaborador de López Obrador y tío de dos de los “huachicoleros”, supuestos cabecillas de la banda, uno preso y otro prófugo, al que pertenecen empresarios y otros miembros de la Marina, tres de los cuales han muerto en circunstancias sospechosas.
Si el histrionismo de López Obrador sacando su pañuelito blanco en las mañaneras para decirle adiós a la corrupción daba pena ajena, hoy eso no le sirve ni de broma a Sheinbaum.
La corrupción que ha caracterizado al segundo periodo del morenismo en el poder también se ha mostrado selectivo a la hora de afrontarlo, lo mismo en el caso del exsecretario de Marina, Rafael Ojeda, que en el de la “narco-corrupción” en Tabasco, exculpando de antemano al líder morenista de los senadores, Adán Augusto López.
Como ya se sabe, en Paraguay fue detenido y luego enviado a México en calidad expulsado el prófugo exsecretario de Seguridad Pública de Tabasco, Hernán Bermúdez, evitando así el apretado concepto de “extradición” que hubiese limitado las acciones penales en nuestro país. Al llegar, de inmediato le ejecutaron dos órdenes de aprehensión por delitos penales relacionados con el crimen organizado.
Pues bien, Hernán Bermúdez, quien ya duerme en una celda del Altiplano, es señalado como presunto líder del grupo criminal conocido como la Barredora. Este funcionario, apodado el Abuelo o Comandante H, es acusado de tener supuestos vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación desde que era secretario de Seguridad Pública de Tabasco entre 2018 y 2021, durante el gobierno de Adán Augusto López Hernández, amigo de López Obrador, secretario de Gobernación en su sexenio y hoy senador de la república. Pero, insisto, la presidenta Sheinbaum también ya defendió pública y anticipadamente a Adán Augusto, volviéndolo, hoy por hoy, uno de los intocables del la “cuarta transformación”.
Hernán Bermúdez afrontará todo el peso de la ley que Sheinbaum y el “nuevo” Poder Judicial quiera imprimirle, o tal vez sólo sea el “chivo expiatorio” para librar las culpas de los más encumbrados de la Cuatroté, como Adán Augusto López. En ese sentido, todo el país está a la expectativa de las declaraciones del exfuncionario.
Para Sheinbaum ha sido duro aceptar la corrupción en su gobierno, y sería, como dijo su portavoz en la Marina, “inaceptable callarlo”. Sólo que los mensajes de la presidenta parecen, ante las evidencias, tener un límite, su propio tope, o el que le dictan desde Palenque.

