La represión policiaca ordenada por el alcalde morenista de Ciudad Juárez, Cruz Pérez Cuéllar, el domingo 25 de febrero en contra de los integrantes de una manifestación que le reclamaban su corrupción política, requiere de una valoración precisa. No es de ninguna manera algo que simplemente puede quedar como una trifulca aislada y ordinaria.

A mi juicio, aquí están algunas aristas a tomar en cuenta. Empiezo por la desmesura del alcalde que a un reclamo por corrupción política responda con el uso de la fuerza pública en contra de ciudadanos y ciudadanas que ejercían derechos garantizados por la Constitución. Denota el alcalde que le tocaron una fibra especialmente sensible. No olvidemos que está marcado por su complicidad con César Duarte y por el mismo motivo. En ese ámbito tiene su historia.

El uso de la fuerza pública fue desproporcionado y se excedió en más de un sentido. El número de oficiales y agentes destacamentados para encarar a los manifestantes era prácticamente igual en número; obvio que los agentes policiacos llevaban sus instrumentos para reprimir y golpear físicamente a hombres y mujeres, esposando a algunos que previamente habían sido derribados al suelo.

Cierto que a la detención sobrevino de inmediato la puesta en libertad de los manifestantes, pues en realidad no había causa administrativa, y mucho menos de orden penal.

El aspecto que llama de manera singular la atención es que hay una pugna entre gente del mismo partido de MORENA, de tal forma que aquí se puede afirmar que hubo fuego cruzado entre actores políticos de relevancia y de una misma filiación política, lo que obligaría a unos y otros a explicar puntualmente a la opinión pública las razones de su comportamiento, porque de lo contrario se estaría en la hipótesis –nada lejana– de que las razones que motivaron el hecho represivo tiene motivos pragmáticos al interior del partido gobernante en ese municipio.

Tiene pertinencia señalar que una lucha anticorrupción, como la que se ha señalado en este evento, debe sustentarse formal y profundamente en las instancias que correspondan; por ejemplo, la síndica del municipio de Juárez, Eshter Mejía, ha acusado a Pérez Cuéllar de corrupción, y sus imputaciones deben transitar hacia el propio Cabildo, la Auditoría Superior del Estado, el Congreso local y hasta a los tribunales.

Ciertamente es un recorrido largo, y más que lo hace la burocracia, pero ineludible, si lo que se está preconizando es la rendición de cuentas.

Por otra parte, para nadie es desconocido que en el hecho represivo está presente una pugna por las candidaturas de MORENA que participarán en el presente proceso electoral, local y federal, aunque algunas etapas de decisión ya se dan por consumadas.

Pero tanta pasión, abanderándose en la lucha anticorrupción, cuando subyace como mecanismo de presión para un reparto de cargos, a la larga tenderá a desacreditar algo muy importante, que es la esencia de acabar con la impunidad por la corrupción política, en este caso ejemplificada por la casa que habita lujosamente el alcalde juarense, que no tiene congruencia con el nivel de sus ingresos y mucho menos con la medianía republicana que tanto presume el lopezobradorismo.

Finalmente, aquí hay un ejemplo de que la sólida unidad que presume MORENA no es tal, y que las contradicciones están a flor de piel y los resentimientos por los repartos causan un malestar que no permite decir que en ese partido no son iguales a los otros que cuestionan.

En esencia, lo que vimos ese domingo en Ciudad Juárez es que no existe una institucionalidad partidaria que permita deliberar y decidir al interior los problemas que les competen y obligan, trasladándolo a rupturas que llegan a la represión que siempre será condenable.

En ese escenario ha venido Claudia Sheinbaum a esta ciudad fronteriza, a constatar la precaria unidad de los partidos que la postulan y la rijosidad que fisura su propia candidatura en una plaza fuerte de su organización, pero que ya exhibe las debilidades de reelegir a un expanista en la Presidencia municipal, sumándole a esto que su hermano ya se enfila hacia una diputación federal. Y no es cualquier hermano, es, como lo sabe todo mundo, el encargado de los jugosos moches con los que se trafica en una de las ciudades más importantes del país en tiempos de la Cuarta Transformación.