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La candidata Liz Aguilera, aspirante del PRI a una diputación federal en el Distrito Sexto del estado de Chihuahua, carga sobre sus hombros el pesado fardo de su partido, encarnado en César Duarte. Quizá su tarea sea como aquella que tuvo un día el legendario Sísifo, que subía pesada roca a la cima de una montaña para ver cómo rodaba hacia abajo y, así hasta el infinito, pretender colocarla en el más alto lugar. Sísifo se recuerda tras miles de años, no así la empresa de la candidata que por más esfuerzos que hace no atina a limpiar su trayectoria de colaboración con el priísta decadente y la tiranía actual. Quién puede creer, frente a la descomunal corrupción que azota a Chihuahua, que ella se dedicó, como argumenta, a la “prevención”, cuando estuvo a cargo de la Secretaría de la Contraloría del gobierno de Chihuahua. Es algo así como suponer que ve un cáncer avanzado y le recomienda medidas epidemiológicas que pueden salvar de una gripe, de un resfriado o una simple fiebre del heno.

Qué lamentable que una candidata nos venga con un par de argumentos deleznables. El primero, que corresponde (a la Contraloría) “turnar los documentos” no la investigación. O sea, la importante tarea de contraloría reducida a oficialía de partes. En realidad no sé si agradecerle su sinceridad o de plano preguntarme dónde se encuentra en la vida pública. En segundo lugar –¡oh, ternurita!–, venirnos con la canción de que “unos cuantos legisladores” han afectado la imagen de los diputados. ¡Qué barbaridad! Necesita lentes la candidata que se echó a cuestas el apostolado de la “prevención” en la tierra del cacique Duarte. La señora, por cierto, no aspira por la demarcación donde reside este ciudadano, pero su correligionario por el Distrito Octavo, el inefable Alejandro Domínguez, no pierde el tiempo y sólo lleva el mensaje kitsch de Juan Gabriel por las colonias. Imagínese, ayer visitó mi barrio.

 

Más estropicios del rector de la UACH

 

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El gemebundo rector de la UACH, Jesús Enrique Séañez padece un problema incorregible y quizás pronto lo resuelva. Se trata de que ante la incapacidad de estructurar un discurso, lee lo que otros le maquilan. Como sabemos, puesto en una tribuna y circunstancia, sólo le ganan las lágrimas, las suyas y las contenidas por la vergüenza de los integrantes del auditorio. Muy pronto se le acabará esa función, pero ayer actuó un penoso momento cuando leyó un texto garrapateado por mano ajena. Él, que ha sido todo dependencia, sumisión, entreguismo, lambisconería y toda suerte de oficios para la mayor satisfacción, en este ámbito del cacique local, nos viene con la recomendación de que hay que fomentar la enseñanza de la filosofía porque la misma “brinda los conceptos de justicia, dignidad, libertad, capacidad para pensar y emitir juicios con independencia”. Lo dijo en el XXXI Encuentro Nacional de Filosofía, que en realidad debiera dedicarse a mejores menesteres y aportes locales, magros y esqueléticos, por cierto.

Este rector fue el que encabezó la denostación de mi persona por el solo hecho de presentar una denuncia de índole penal contra su capo César Duarte. Incluso me recomendó ingresar a una especie de hospital psiquiátrico a la usanza soviética y se acompañó de todos los cobardes directores de la universidad, de otras instituciones también llamadas superiores y otros rectorzuelos que viven del erario y que las tareas de la educación y la cultura no les atañen de ninguna manera. El desplegado de infausta memoria contenía tantos dislates gramaticales que de suyo evidenciaban que el autor y sus firmantes ni siquiera han pasado por las normas elementales de la prosodia, la sintaxis y la ortografía. Pero ahí está el rector, que a falta de pensar por cuenta propia, le administran el cerebro para que diga lo que no es, lo que no practica, lo que no quiere y lo que no le interesa. Es el problema de leer textos que otros hacen. Y pobre Universidad Autónoma de Chihuahua, que desde los tiempos del rector Villamar Talledo tiene que padecer cabezasduras como las de, sin agotar el elenco, Miller Hermosillo, De las Casas Duarte, Torres Medina, el finadito Franco (estos dos últimos huéspedes de la penitenciaría) que usurpan un puesto reservado para gente que piensa, honrada y ejemplar.

Quisiera cocinar aparte a Sergio Reaza Escárcega, director del Ichicult, pero lo tengo en un perol distinto por el adefesio del que ya se conoce como Museo del Horror, al que dedicaré unos párrafos, quizá mañana. Lo prometido es deuda.

 

Salvador y Arriaga, los diletantes del periodismo

 

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No viene al caso rebatir a dos diletantes del periodismo: Osbaldo Salvador y Héctor Arriaga. Ni siquiera saben lo referente a la homonimia, y si lo saben, la hacen a un lado con tal de solventar su trabajo difamatorio y prejuicioso.

Hace unos días se ocuparon de mi persona, libertad indiscutible que les asiste, pero lo hicieron sin el oficio, ética o conocimiento que se requiere. Parece que su lema va más allá de toda investigación y simplemente se ufanan de practicar el ruin apotegma que reza: difama, que algo quedará. Insisto, no me ocuparé de ellos a fondo (a final de cuentas mi tiempo es mi tiempo y no quiero perderlo en pamplinas), pero a ambos los quiero favorecer con dos o tres donaciones: al efecto ya di las instrucciones precisas (¡qué horribles palabras!) ante la Notaría número 3 del Distrito Morelos del estado de Chihuahua, para que un par de inmuebles que me atribuyen en propiedad en el municipio de Namiquipa; y dos de los tres que también me adjudican, sitos imaginariamente en la Calle Trece de la ciudad de Chihuahua, pasen a sus dominios; quizás les sirvan, mínimamente, para que tomen algunos cursillos en torno a la actividad que dicen profesar.

La condición es elemental: basta que demuestren que dichas propiedades son del que escribe esta columna, para que de inmediato se tornen en propiedad de ellos en mancomún o como lo deseen, lo que firmaré sin titubeo alguno ante el notario titular indicado.