Columna

Por la violencia, en Madera fracasan estado y federación

Los recientes hechos sangrientos en el municipio de Madera, fronterizo con el estado de Sonora, se ha convertido en el escenario de una violencia endémica, prácticamente sistemática que tiene que ver con las disputas por el control de las rutas de la droga; pero también con la tala clandestina del bosque y, por ende, la destrucción del mismo, sin que haya medidas que anuncien que se va caminando en una dirección para acabar con este fenómeno.

Hace unos días asesinaron a golpes a trabajadores de los aserraderos, a los que primeramente habían levantado y desaparecido. Esto significa que la inseguridad ha escalado centralmente por la ausencia de Estado, no obstante que hay policía estatal y Guardia Nacional, que a lo que se ve, están fallando por omisión y se muestran totalmente inútiles.

Hace meses se ha venido denunciando la violencia creciente. Los vecinos de Madera y de las rancherías aledañas, frecuentemente divulgan a través de videos en redes sociales, balaceras y detonaciones que intranquilizan a la población, porque siempre son el presagio de una violencia que cobra vidas, daños a la propiedad y agresiones, sobre todo a personas vulnerables.

Ciertamente no es un problema privativo de Madera, pero ahí se ha concentrado a últimas fechas una acción de la delincuencia organizada que parece imbatible.

Modestos defensores del bosque, porque es su patrimonio o fuente de trabajo, han sido asesinados en el pasado reciente, tal y como le sucedió al líder agrario Juan Zamarrón en el municipio de Bocoyna. Todos estos crímenes engrosan la estadística, quedan impunes y carentes de visibilidad social, por lo que a las autoridades les resulta muy fácil dar el carpetazo e ir llevando el día a día en sus cargos, sin que se remedie absolutamente nada.

El daño se cobra en vidas, afectación del medio ambiente, destrucción del bosque y, hay que decirlo, se desatiende por la autoridad, porque las personas sacrificadas no pertenecen a una orden religiosa, ni son empresarios, ni gente que a criterio discrecional del poder, merecen una atención de primer nivel. Aquí se trata simplemente del pueblo raso.