
No a la intervención trumpista en Venezuela
Salvo los señores de la guerra, los jefes y dueños de los complejos industriales que tienen mucho tiempo hartándose de la misma, nadie puede estar hoy a favor de una intervención militar de los Estados Unidos en Venezuela. Empero, el gobierno de Donald Trump se prepara para consumar esa empresa y ya desplaza al sur del Mar Caribe a tres destructores, 4 mil marineros y marines, aviones espías y un poderoso submarino, según reportes de agencias y corresponsales en Washington y otras partes del mundo.
Pareciera que la suerte está echada. El conflicto viene de lejos, y no siempre ha sido igual, pero ahora ya no se trata de la vieja “diplomacia de las cañoneras” ni de la defensa de una democracia, pretexto que se adujo hasta que se agotó la Guerra del Golfo Pérsico contra Irak.
El pensamiento, acción e intereses de los trogloditas neoconservadores ahora se escudan en otras banderas, tales como el narcotráfico de cocaína y fentanilo, el dar por equivalentes cárceles y terrorismo, el acusar de jefes de la delincuencia a cabezas gubernamentales y equipararlos a los grandes capos y ponerles precio.
No hay en estos intentos intervencionistas de Trump simetrías legitimadoras: mientras que para los Estados Unidos todos los males vienen de fuera de sus fronteras, como los migrantes, los chinos y los cárteles, al interior de su territorio se consumen y trafican drogas de manera descomunal. El crimen no se combate en Estados Unidos como se quiere hacer en otros países y vemos que sólo en Washington, en estos momentos, patrulla la Guardia Nacional frente a una crisis que no nada más es de esta capital sino de su vasto territorio.
El derecho internacional, la apuesta por la solución pacífica de los conflictos, los organismos internacionales preconizadores de la paz y la Corte Penal Internacional son obstruidos gravemente para que no se prodigue su intervención y quedan reducidos a la nada en el conjunto de conflictos que hay en el mundo, como el genocidio en Gaza, la guerra en Ucrania y otros sitios de menor visibilidad.
La situación de Venezuela es, por otra parte, deplorable. No tiene un gobierno legítimo, ya que Maduro no ganó su elección presidencial y por tanto usurpa una representación que no obtuvo limpiamente. La destrucción económica y ecológica de ese país es enorme e irresponsable, y además reina la corrupción más grande que podamos imaginar y de la cual es beneficiario el grupo que detenta el poder.
Entre 7 y 10 millones de sus habitantes han salido de su patria a un exilio en busca de mejores horizontes, muchos de ellos por razones políticas. Hay una caída brutal de la producción nacional y un decremento criminal del ingreso de las personas y sus familias. Hay pobreza y desabasto.
Es claro que Trump no pretende enderezarle el barco a ese país. La supuesta lucha contra un Cártel de los Soles, que se dice encabeza Maduro, es un pretexto. Trump quiere Venezuela para su imperio demencial.
Si hoy se le permite al gobierno de los Estados Unidos que aprehenda a gobernantes de otros países, que les ponga precio, todos estaremos ante una vulnerabilidad nunca antes vista. Se trataría de una política de quitar a los que no gustan y poner a sus peleles. Esta historia ya la hemos vivido, pero ahora sería más feroz, inimaginada.
Desde la primera etapa del chavismo he discrepado de la senda tomada por Venezuela. Deploro que México no haya tenido una clara política al respecto, ni con el PRI, ni con el PAN ni con MORENA. Pero hoy estar con Venezuela es estar con su pueblo, no con el despreciable gobierno de Maduro.
Es, a fin de cuentas, bochornoso que México se rodee de nefastos amigos como Díaz Canel de Cuba, de Ortega de Nicaragua, o Maduro de la dolorida hermana república de Venezuela, patria del libertador Bolívar.

