Un poco menos sobrados, el arzobispo Constancio Miranda y el cacique César Duarte se reunieron –se le llamó “visita de cortesía”– al parecer luego de un entendimiento contra los excesos: Miranda esperaría sin atuendos tridentinos y Duarte llegaría al sitio ahorrándole así al prelado tener que hacerlo en un espacio destinado al servicio de las instituciones públicas. Ambos hicieron algo en lo que están doctorados: simular, aparentar que no se transgrede la ley, aunque en esencia la misma queda pisoteada. De nuevo el Estado laico mexicano queda por los suelos y no tanto, en este caso, por el encuentro, sino por el contenido de los “acuerdos” a que llegaron. Sí, leyó usted bien: acuerdos. Ahora resulta que Duarte estaría apoyando los trabajos para que la tercera sección del Seminario católico se concluyan con recursos públicos de origen fiscal, pues a decir verdad no creo que Duarte, experto en cobrar el diezmo, ahora lo pague. No hay duda de que así es, ya que Miranda Weckmann disipa al respecto cualquier posibilidad en ese sentido al decir: “Necesitamos rehabilitarlo (el Seminario) y él (Duarte) nos dijo que iba a apoyar; ya le habló al secretario de Obras Públicas y también dijo que sí”.
El Estado laico es ley constitucional y por tanto suprema, pero en Chihuahua vivimos un estado de excepción, producto de la aberrante conducta de la persona que ocupa el título de gobernador constitucional del estado y que como tal estaría obligado a adoptar una posición de franco apego al principio histórico de la separación del Estado y las iglesias, no sin reconocerle que en lo personal puede profesar las creencias que mejor le acomoden, en este asunto y en todos los demás. Iguales consideraciones se hicieron por lo que se refiere al remozamiento de la Catedral, que si bien es un monumento que está en el inventario dentro de nuestro más valioso patrimonio cultural, a través de las instancias correspondientes y con transparencia se le debe atender, pero no en las minucias que nos comenta el arzobispo, pues la verdad es que con la simple limosna cuando menos podrían pintar los barandales; pero tengo por cierto que el viejo hábito de hacer las cosas con el apoyo que les llega con el simple extender la mano o con el trabajo esclavo, como en el pasado, no se ha ido y además no les importa el despropósito de violar la Constitución.
Las relaciones de la iglesia y el estado en Chihuahua de tiempo atrás (mucho más ahora que somos un estado consagrado, a ciencia y paciencia de la presidencia de la república) son violatorias de la Constitución, muestra de una simulación que se suponía terminaría con la reforma salinista al artículo 130 constitucional. Los obispos y demás prelados reciben dádivas gubernamentales a menudo, y no menores, pues van desde dinero, vehículos lujosos, pago de viajes y vacaciones que desdicen mucho de su condición de auténticos y humildes cristianos.
Duarte justifica y dice que la visita se debe a que Miranda Weckmann recién regresó de su viaje a Roma para informar al Papa Francisco de lo que hay por acá, pero al igual que la oscura política gubernamental de Chihuahua, los católicos siguen esperando que Miranda les diga qué informó, por dónde va la iglesia que aquí encabeza, sobre todo ahora que empiezan a aparecer las conversiones tridentinas que recuerdan un pasado que el Concilio Vaticano II, bajo la conducción del Papa Juan XXIII, quiso dejar atrás en aras de un aggiornamento que bastante bien le viene a un catolicismo romano francamente en decadencia. Seguramente por antigüitos se entienden tan bien Miranda y Duarte, creyendo éste obtener algún provecho por las conexiones de aquel con los de Atlacomulco, pues no olvidemos que el religioso –si esta palabra significa algo en él– casó al mismísimo Peña Nieto.
Cuando a las puertas de la iglesia católica tocan reclamos profundamente válidos por todos los rincones del mundo, cuando somos testigos (y aún como no creyentes, como es mi caso) de la voz profética de un teólogo tan reputado como Hans Küng, gente menor como Miranda se empeña en vivir de las apariencias y la mezquindad y traba sus compromisos con un poder corrupto para seguir ampliando un seminario que, por algo será, no tiene seminaristas.
En todo esto lo único que brilló, y producto de alopesias prematuras, fueron las cabezas tonsuradas de estos dos personajes que en una especie de normalidad histórica, habrían sido tolerados y pasados sin crítica alguna en los años inmediatos que siguieron a la conquista de la gran Tenochtitlan en 1521.
Por lo pronto, apunte usted en su bitácora, y más si no es católico, o si lo es y respeta las leyes, ateo o agnóstico, que con sus impuestos está contribuyendo a obras públicas de raíz religiosa y en tiempos de simulada austeridad. ¿O es que son tan grandes los pecados que piensan que así los expían? Ni Torquemada lo aclararía.