
Mi dolor de muelas como estímulo literario
Jamás lo hubiera pensado, pero un dolor de muelas me llevó a leer Desayuno en Tiffany´s, la obra de Truman Capote que sólo había llegado hasta mí en forma de celuloide. Y debo decir que me ha sorprendido.
Confieso que me había centrado en el Capote periodista y como uno de los detonadores del llamado Nuevo Periodismo que introdujo un estilo narrativo y agregó elementos literarios a un oficio que ha seguido ese estilo a través de los años y que tuvo gran impacto en escritores latinoamericanos del corte de un Gabriel García Márquez.
Una digresión en torno a esta obra es la opinión que da Holly al escritor con el que convive en un edificio de departamentos neoyorquino, que dicho coloquialmente dicta que la producción de todo texto causa honorarios, aunque en la prensa mexicana te hacen sentir que te otorgan un favor al publicarte, por más valioso que sea tu texto.
Escrita en 1958, esta novela recrea la etapa de la sociedad norteamericana en plena Segunda Guerra Mundial y repercute en el momento en el que la propia obra se redactó. Dicha sociedad estaba distraída en la opulencia, en la aspiración del lujo desbordado, en el arribismo, en la recepción del ejercicio de las nuevas sexualidades.
Holly, el personaje central que en la película protagonizó memorablemente la actriz Audrey Hepburn, ya muestra que el ejercicio más viejo de la historia ya no se llama prostitución, sino que se ha convertido en lo que el propio Capote califica como “la geisha americana” y que aquí, ahora, se quiere denominar con el muy elegante concepto de “escort”.
Se narra una vida de banalidades en la que no hay nada mejor que desayunar en la lujosa joyería Tiffany´s. Holly lo expresa así:
“He comprobado que lo que mejor me sienta es tomar un taxi e ir a Tiffany´s. Me calma de golpe, ese silencio, esa atmósfera tan arrogante; en un sitio así no podría ocurrirte nada malo, sería imposible, en medio de todos estos hombres con los trajes tan elegantes, y ese encantador aroma a plata y a billetero de cocodrilo. Si encontrase un lugar de la vida real en donde me sintiera como me siento en Tiffany´s, me compraría unos cuantos muebles y le pondría nombre al gato”.
Cuando uno lee esto y recuerda la película, realmente el desayuno era comer a las afueras de la joyería porque entrar a ella y convertirse en cliente es algo que no estaba en sus posibilidades. Es, ni más ni menos, que una manifestación de la decadencia del capitalismo, porque para que esos diamantes llegaran hasta la joyería debía escurrir mucha sangre en África y otras partes del mundo.


Es una obra en la que se utiliza la banalidad como vía para la crítica de esa sociedad capitalista, y se conjuga con sexo a cambio de lujos y promoción social, consumo de drogas y alcohol, que lo mismo retrata a hombres y mujeres, delincuencia, y hasta el desprecio por un gato que fue muy querido utilitariamente pero luego abandonado en un basurero de Harlem.
A Holly la vida le sonríe y logra reemprender (en realidad es el logro que pretendía) su vida en Sudamérica con un adinerado. En palabras de Capote, se fue a Brasil, que resultó bestial, pero en Buenos Aires le fue mejor, “pegada a la cadera de un señor divino. ¿Amor? Creo que sí”.
Debo afirmar que en esa época, quien no estuvo enamorado de la Hepburn y añorarla escuchando Moon river, miente.
Finalmente, de esta lectura odontológica recupero este pasaje: Holly dijo que Buenos Aires es mejor que el Brasil. “No es Tiffany´s, pero casi”.
Informado de los créditos que le llegaron a Milei, casi lo creo.

