Maru Campos busca las indulgencias plenarias que le faltan para su proyecto. Y como hechos son amores y no buenas razones, ordenó levantar los adoquines que pavimentan las calles aledañas a la catedral metropolitana de Chihuahua. Con esta obra sería la enésima que inexplicablemente se hace ahí, del mismo tipo, costosa y al parecer de fácil desgaste. 

No es que sea la aplicación de una política keynesiana para dar empleo, poniendo a unas cuadrillas a hacer zanjas y otras a taparlas. Algo hay de fondo en esto, y quizá el tema esté ligado a las búsqueda de esas indulgencias que tanto detestó Lutero, pero que siguen jugosas en más de un sentido. 

Debieran parar la oreja en el Instituto Nacional de Antropología e Historia con estas obras porque, a final de cuentas, técnicamente no están debidamente valoradas y pueden contribuir a dañar la obra barroca por la que Chihuahua se siente orgullosa, más allá de toda adhesión confesional. 

La razón pública que se conoce para levantar el adoquín a los costados de la catedral es que se aprovecha que ese espacio público privilegiado, hoy por hoy, no es muy concurrido por la pandemia, lo que explica que “a puro golpe de marro” sudorosos trabajadores levanten cuanto encuentran porque hay que tapar pronto los hoyos. He visto cuidadosamente las fotografías que circulan y sin ser experto en concretos, veo que está en muy buen estado el que ahora se va a desechar. ¿A quién se le ocurriría este negocio? No lo sé, pero estimo que algo hay al respecto, y me preocupa esa mezcla de buenas relaciones con la jerarquía de Constancio Miranda, el invisible arzobispo de por acá, con la piadosa alcaldesa, que seguro estoy, pocas indulgencias le faltan para empedrar, ahora sí empedrar, sus proyectos políticos. 

Pudo haber sido más sencillo limpiar el área, pero las indulgencias que se requieren son de esas que se llaman plenarias y ahí sí que hay que levantar hasta las más pesadas piedras. 

¿Qué penas son las que busca Maru que le perdonen? Quién lo sabe.