No es precisamente uno de mis personajes favoritos, pero la siguiente frase que la historia le atribuye a Napoleón Bonaparte describe al obcecado hombre detrás de las máscaras que hoy ocupa, quién sabe porqué razón, la oficina de Comunicación Social del gobierno de Javier Corral, el cándido Manuel del Castillo:

“El tonto tiene una gran ventaja sobre el hombre de espíritu: está siempre contento de sí mismo”. 

Basta ver su muro en Facebook para advertir su falta de probidad como funcionario público, pero sobre todo su arrogancia que, precisamente por el cargo que desempeña, se convierte en prepotencia disfrazada de buena onda. Utiliza esa red social para escupir eso que él mismo llama “pendejadas” (o las que recicla de alguien más pero con las que está de acuerdo).

Con ello pretende emular una fingida humildad, cristiana por lo visto, pero algo debiera aprenderle a Sócrates, quien sabía que para obtener sabiduría el primer paso es el reconocimiento de la propia ignorancia, con honestidad, virtud que, por lo que exhibe del Castillo, no está de su lado. 

Es deshonesto asumir que el puesto público es un espacio para moverse a su antojo y que sólo se es responsable del mismo de 9 a 3 de la tarde; que de ello se descansa los fines de semana, que al teclear una computadora personal todo lo que salga de ahí es “personal”. Quisiera saber si Javier Corral asumiría la misma actitud de Castillo en sus redes sociales para ver cómo su popularidad termina de hundirse en el fango del desprecio ciudadano. Sólo en algo se parecen: ambos son publicistas de Alejandra De la Vega, o mejor dicho, patrocinadores de sus empresas, defensores de sus causas privadas con recursos públicos.

Del Castillo proviene de una tradición que pensábamos ya erradicada en la política chihuahuense pero que Javier Corral ha mantenido vigente por sus pistolas: es corrupción mezclar intereses privados con públicos. Ni más, ni menos.

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Nota: la imagen que acompaña a la columna de este día es un “post” del graciosísimo Manuel del Castillo.