El deporte maruquista de moda y circunstancial, como corresponde a la picaresca, es echarle la culpa de todo a Javier Corral, al pasado inmediato. Evidentemente que de manera deliberada se olvidan de lo demás, y por demás ha de entenderse el duartismo.

Que Corral merece reproches, no tiene discusión; muchos lo hicimos oportunamente. Que además está sujeto a la rendición de cuentas, es inobjetable. Digo todo esto porque no se pueden quedar las cosas en la simple diatriba, en el güiri güiri, tan del gusto de los políticos mediocres y tradicionales.

Ahora resulta que el periódico de Osvaldo Rodríguez Borunda nos viene con el cuento de que Corral desmanteló la policía del municipio de Cuauhtémoc, que por cierto hizo gran contribución para afectar la seguridad pública y la autonomía municipal en esa importante comuna que merece todo mi respeto por la pujanza de su gente y por brillar por iniciativas propias para crecer en no pocos órdenes de la vida política, social y cultural.

Está claro que al municipio no se le debe privar de su fuerza pública, conforme a la Constitución, como claro es que no se le entrega a los alcaldes una patente de corso para hacer y deshacer.

Lo dicho es un lugar común, pero no por ello menos pertinente advertirlo ahora.

Lo que no nos dicen los voceros de Maru Campos es que el municipio de Cuauhtémoc reporta niveles críticos en materia de seguridad y que a ellos, como Partido Acción Nacional, les toca gran parte de la responsabilidad porque han tenido el gobierno en esa región.

Pero no sólo. Con la llegada de López Obrador a la Presidencia de la república, se constituyó un primer gobierno en ese lugar de raigambre morenista. Y también llegó la militarización y su inepta Guardia Nacional.

Todavía es hora que no se esclarece qué le pasó realmente a Carlos Tena, porque una caída de su caballo lo mandó al ostracismo obligado por su capacidad médica. Nadie sabe, y nadie supo, pero corren versiones de las más variadas y preocupantes.

Si realmente se quieren dejar de pamplinas los inexpertos mandos en materia de seguridad que designó Campos Galván –me refiero al fiscal y al secretario de seguridad– y si sumamos a esto que el PAN regresó casi de manera hereditaria a Beto Pérez, tendremos que la baraja que les toca es hacer las cosas, no buscar culpables, máxime desentendiéndose de que, con todo y todo, Javier Corral es su compañero de partido.

No vaya a ser que, siguiendo la tradición de Hernán Cortés, sigan quemándole los pies a Cuauhtémoc.