Es humano y motivo de expresión fraternal, que cuando un pariente, amigo, compañero o ser querido termina su vida al morir, se sienta el imperativo de expresar un sentimiento reconfortante a los deudos. 

Lo que ya no está bien es que se haga de eso una empresa mercantil. Cuando muere una mujer o un hombre con cierta notoriedad sobre todo por su vínculo con el mundo de los negocios o del encumbramiento burocrático, llueven en las páginas de los periódicos condolencias  pagadas con recursos del erario, no se trata de un sentimiento personal, genuino, sino de algo que apela a ir construyendo una especie de cuerpo elitista, en este caso soportado en la muerte a la que hasta ahora todos estamos condenados.

Es una industria de la hipocresía a la que se dedican con pertinaz conducta los funcionarios públicos que de esta manera hacen caravana con sombrero ajeno. 

Que los particulares lo hagan, muy su derecho y muy su bolso. Pero que lo haga el gobierno tiene, además, una peculiaridad que paso a comentar en el siguiente párrafo.

Tanto los Diarios de Osvaldo Rodríguez Borunda, como El Heraldo de la viuda Paquita Ramos viuda de Vázquez Raña, sobreviven con este subsidio disfrazado de condolencia y esquela. A la hora del adiós al papel, ambos periódicos andan a la búsqueda de fallecimientos con los cuales medrar y así subsistir.

Las veredas de la corrupción son muchas, aquí comento una.

Desde luego esta columna se pronuncia por el eterno descanso de todos los que lleguen al final de su vida, sean obispos, arzobispos, financieros y todo lo imaginable en materia de notoriedad, sea bien o mal ganada. Y desde luego a los sin nombre y a los condenados de la tierra.