Andrés Manuel López Obrador dice que él no es igual a quienes le precedieron en la Presidencia, pero del pasado del que relega selectivamente nos ha traído un militarismo redoblado. Esto le permite tener un corazón tan grande y una moral tan doble que le entregó una condecoración al general Salvador Cienfuegos Zepeda, so pretexto de que fue director del Colegio Militar, cuyo “honor” ha puesto en entredicho la película “Heroico”.

Salvador Cienfuegos, nacido en 1948, prominente militar durante la era calderonista que emprendió la “guerra contra el narco” y fue secretario de la Defensa Nacional con Enrique Peña Nieto, recibió de manos del presidente una distinción inmerecida, a juicio de esta columna, que no pasa por alto que a este militar se le reconoce con el apodo de “El Padrino”.

Es el militar que ha quedado entrampado en el caso Ayotzinapa, y denunciado con precisión por las organizaciones derechohumanistas más importantes del país. Además pesa en su contra una acusación por narcotráfico y lavado de dinero que intentó hacer efectiva el gobierno de los Estados Unidos.

Una condecoración es una insignia que se concede como honor y distinción a una persona, frecuentemente de uso común entre los militares. Si nos vamos al examen de esta categoría en términos filosóficos, el honor sería la dignidad cuando pasa por la mirada de los otros, como sostiene André Comte Sponville, que además agrega que ese concepto de honor es profundamente equívoco, y que no se podría ni admirar ni despreciar del todo, y concluye que el honor ha producido más muertos que la vergüenza y más asesinos que héroes.

Parece ser que todo esto no lo tomó en cuenta López Obrador, en su calidad de jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Él no representa la mirada de los otros, esos otros somos millones de mexicanos que estamos inconformes con la militarización, en concreto con el general Cienfuegos Zepeda, si nos atenemos a la observación de su hoja de servicio.

Pero López Obrador no se detuvo ante esto, sino que además se convierte en abogado del exsecretario, pues para él ha sido víctima de desinformación, de mala fe, de venganza a través de la fabricación de delitos, como si en la palabra presidencial estuviese la verdad antes que en una investigación seria que jamás se emprendió por la claudicación de la Fiscalía, que impidió que en este delicado asunto se dictara una sentencia esclarecedora.

López Obrador cree que basta su palabra para establecer la verdad y purificarlo todo. Esta pieza es importante en la historia de sus mañaneras, pues es la muestra de que ha de tener un muy caro compromiso con Peña Nieto, que hasta alcanza para beneficiar a su némesis Felipe Calderón, del que el militar fue uno de sus operadores principales a la hora de una “guerra” que no sirvió para nada, sino para manchar de sangre al país, problema que aquí nos tiene, a pesar de que el tabasqueño ofreció que los militares serían replegados a sus cuarteles.

Qué ofensa, qué vergüenza.