Columna

El tenor Alan Pingarrón

El pasado 4 de diciembre disfruté de “Navidad Sinfónica” en la Sala Nezahualcóyotl, con la Sinfónica de Minería de la UNAM, dirigida por el venezolano Carlos Miguel Prieto. Musical, estética, cultural y magistralmente, se ejecutaron obras de Tchaikovski, Leroy Anderson, Händel, Gruber y José Feliciano. Hubo, además, una “posada navideña” basado en un popurrí de villancicos con armonizaciones de Miguel Bernal Jiménez y Ramón Noble. El brillante momento fue dedicado expresamente a la Facultad de Ingeniería de la UNAM, donde surgió la estupenda orquesta. Fue todo un suceso: el aplauso del público, que se puso de pie, dio su veredicto sin reconvención posible.

El director de la orquesta contribuyó magníficamente, saliéndose de los cartabones “cultistas y pedantes” de todos conocidos y nunca suficientemente cuestionados. Ni hablar.

Del concierto no comentaré más que algo que me pareció conmovedor: el tenor Alan Pingarrón tuvo una intervención múltiple con varias piezas, empero, para mi gusto, ningunas como Cantique de Noel de Adolphe Adam (1803-1856) sobre un texto de Placide Cappeau, con posición que hoy se sigue escuchando en todo el mundo, particularmente donde el cristianismo tiene base y tradición.

El tenor ya es comparado con los grandes por su maestría, producto de su entrega completa a la música. No entiendo mucho de esto, es sabido, pero la fuerza de su ejecución de Cantique de Noel me pareció notable, estremecedora, sublime. El contenido de este canto obvio que es cristiano: habla del nacimiento de Jesús, pero a la vez se refiere con acentos brillantes a esa realidad que es esperar la propia “liberación humana”, rompiendo “cualquier obstáculo, porque la Tierra es libre”. La condena de la esclavitud, puntualmente, se hace presente en el canto y la puesta por el amor se privilegia por “encima de las cadenas de hierro”.

(Escuche el concierto en Youtube:)

El canto fue vigoroso, fuerte el contenido para un hombre (el tenor Alan Pingarrón es invidente de nacimiento) con una trayectoria de vida notable por su profesionalismo y entrega. No sucede esto todos los días, sino cuando hay una convergencia permanente de talento y oficio. En este caso es ejemplar, porque además los valores humanos que lo animan brotan como de un manantial incesante.

Me fascinó escuchar el canto de un hombre que no ve y que apuesta por una humanidad emancipada.

No tengo palabras para comentar el final del concierto, cuando el público agradece con su aplauso y toda la orquesta se despide del escenario. En ese momento a Pingarrón le entregaron un gran ramo de flores, cuyos colores él no puede imaginar, sí no fuera porque sus ojos están en su propio corazón y son su mejor puente con la realidad que lo circunda.

Pingarrón sigue cosechando auditorios. Enhorabuena.