Héctor Murguía Lardizábal, mejor conocido con el mote de “El Teto”, se convirtió en la piedra de toque de la miseria que corroe a la clase política juarense, no muy distinta a la que observamos en el resto del estado y el país. El priista quiere regresar al Senado de la República, donde ya estuvo en una ocasión durante el gobierno de Ernesto Zedillo, sin pena ni gloria.

Se trata de un hombre que se dedica a los negocios, líder corporativo empresarial que ha sido dos veces alcalde de Juárez y pretendiente permanente de la gubernatura del estado. Ahora resurge dentro de la Cuatroté, cobijado por el aliado de MORENA, el Partido del Trabajo, en calidad de posible candidato al Senado.

También es conocido el hecho reciente de que aspiró nuevamente a la Presidencia Municipal de Juárez, pero ahora por el Partido Acción Nacional, donde fue vetado por los liderazgos más fuertes de ese partido en el estado.

Murguía Lardizábal, como suele decirse, es un impresentable de la política. Esto está electoralmente demostrado con su última derrota en 2016, cuando también aspiró a la Presidencia Municipal de Juárez y perdió frente al priista “independiente”, hoy morenista, Armando Cabada, quien también pretende una senaduría.

En síntesis, hoy ambiciona regresar por sus fueros, en un partido –véalo bien– adicto a la tiranía del estilo de Corea del Norte, y localmente a las mañas de Rubén Aguilar.

Todo eso se sabe bastante bien. Lo que intento con este texto es perfeccionar el retrato de este personaje en la cercanía de mis vivencias personales.

Allá por 1994, cuando él estaba recién electo para el Senado, me topé en una librería de la Ciudad de México al político que estaba por ingresar a su escaño. Él no me conocía, en cambio yo sabía de quién se trataba; y en un momento que hicimos consultas con un encargado sobre algunos textos, me tocó ver y escuchar que “El Teto” le pedía al librero la recomendación de un “librito, chiquito”, que lo orientará sobre el funcionamiento del Senado.

Esa fue una primera impresión. Pero hay otras. Cuando era presidente municipal de Ciudad Juarez, la primera ocasión, hubo un crimen que impactó en todo el estado porque se trataba del homicidio de una menor de edad que había sido desmembrada y depositada en un bote de basura. El Congreso del Estado propuso que hubiese una marcha contra la violencia y la barbarie, y nos trasladamos a Juárez para tratar el tema con el alcalde Murguía Lardizábal.

Yo iba en la comisión de diputados y antes de empezar la reunión, con ese gesto de discreción con el que suelen retratarse los políticos, con voz baja “El Teto” me dijo: “¡Era una putita!”. Con esta visión el presidente municipal tuvo la desmesura de pretender descalificar la iniciativa de marchar por una víctima, en franco rechazo de la acción cívica, que finalmente sí se realizó.

También como diputado local comparecí en una misión ante este alcalde para escudriñar hechos de corrupción en la construcción de la vialidad conocida como Camino Real en Ciudad Juárez. El Congreso tenía información de que Murguía y su familia se habían beneficiado por ser propietarios de inmuebles por donde se construía forzadamente dicha vialidad.

Ante varios diputados de su propio partido, el PRI, “El Teto” nos recibió en su despacho pero antes que otra cosa se apresuró a fijar su postura, espetándonos frases como estas: “Yo llegué rico a la Presidencia. Puedo expedir un cheque por 200 millones de pesos en este momento, y el banco se los paga en efectivo de inmediato”. Con el mismo cinismo, remató esa mañana: “Si puedo construir una calle que cruce por un terreno de mi propiedad, lo haré”. Y luego nos dijo: “Para servirles, señores diputados”.

Estas tres estampas pintan de cuerpo entero al aspirante, además duartista, hoy por el PT, al Senado de la República.

Pienso que más allá de lo que se ha dicho de que es infinita la estirpe de los necios, lo que tenemos ahora es una estirpe de gángsters envalentonados para continuar el saqueo, en un régimen que supuestamente se inauguró en 2018 para “no robar, no mentir y no traicionar”.