El castrismo vive de atizar remembranzas
Unos días después de concluida la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a Cuba, el anciano patriarca de la isla, Fidel Castro, publicó en el periódico Granma el 28 de marzo pasado un artículo titulado El Hermano Obama. Es recomendable su lectura por varias razones, como indispensable reflexionar sobre el tipo de sistemas políticos al que pertenece ese país del Caribe. Esto último es quizá lo más importante.
El texto del artículo es una divagación sin rumbo por sucesos que buscan estimular el sentido de dignidad que supuestamente inyectó a los cubanos la revolución liderada por los Castro (Fidel y Raúl) y para motivar los sentidos se atiza la remembranza de los intentos fallidos de la política norteamericana por deshacerse de ese liderazgo. Recordemos solamente la invasión promovida por la CIA en Bahía de Cochinos en 1961, o las medidas de embargo económico dictadas desde esos años. Hay tela de donde cortar y documentar las agresiones norteamericanas. Al recordarlas se intenta siempre apelar a los sentimientos nacionalistas, acudir a ese nacionalismo que en la región latinoamericana se asume como antinorteamericanismo.
El escrito mencionado, además, destaca ciertos vacíos del discurso de Barack Obama, vacíos que funcionan como crítica adornada con lugares comunes y sin mayor trascendencia. Todo para rematar que no deben esperarse regalos ni grandes cosas de Estados Unidos, que el pueblo cubano puede generar y producir lo que requiere. Ya con el peso de la biología encima, Fidel Castro deja de lado que justamente en más de 50 años de régimen revolucionario Cuba sigue sumida en la desesperanza, la escasez y las penurias económicas; o sea, en más de medio siglo no ha logrado producir lo que ahora se erige como meta alcanzable. Es el gran fracaso histórico, más si nos hacemos cargo de que no “utilizó de manera racional el petróleo y los miles de millones de rublos enviados por la Unión soviética (dos veces la cantidad que el Plan Marshall destinó para rescatar a la Europa de posguerra), el embargo económico estadunidense hubiera sido una herramienta inútil”, como lo sostienen los periodistas cubanos independientes, Iván García, Juan González Febles y Luis Cano en artículo publicado en la entrega de enero pasado de la prestigiada revista española Claves de la razón práctica. Y ese fracaso siempre ha tenido una explicación curiosa: la culpa la tiene el imperio (EUA), insisto, el bloqueo.
La realidad es que los aires de cambio se están imponiendo y la angustia del fracaso histórico de la revolución y su socialismo empuja al dictador a reivindicar las glorias de un pasado que los cubanos quieren dejar atrás rápidamente. Allí donde el socialismo llegó a proclamarse (Rusia, China, Corea del Norte, Hungría, Checoslovaquia, Cuba, etc.), se instaló siempre un régimen con rasgos comunes: un sistema político de un solo partido, ausencia de organizaciones disidentes, falta de libertad de expresión y de manifestación, estatización de la economía, monopolio de la política en manos del grupo gobernante y constante persecución policiaca de quienes discrepaban de la ideología dominante. En todos esos países se alimentaba la ilusión de un internacionalismo solidario mientras se asentaba un socialismo nacionalista con un Estado nacional que absorbía toda la economía y ahogaba la vida individual y colectiva. La lectura de El Fin del Homo Sovieticus de Svetlana Alexiévich, galardonada en 2015 con el premio Nobel de literatura, ofrece un amplio mosaico de esa asfixiante vida cotidiana. La carta de Fidel Castro es un patético réquiem del ocaso del Homo cubanus (con perdón de Alexiévich).
Parece que en el transcurrir de la historia se dan etapas con perfiles claros y definidos. La Cuba de los Castro llena un importante espacio de la vida latinoamericana. Y es curioso que en la etapa final de este fenómeno empezaran a florecer algunos remedos, tristes imitaciones en países como Venezuela, o copias desfasadas como en Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Estos simulacros de socialismo esconden en el fondo regímenes autoritarios con ambiciosos líderes que aspiran a imponer prolongadas dinastías en el poder. No olvidemos que los hermanitos Castro en Cuba tienen 56 años en el gobierno, que la familia Kim en Corea rebasa los 65 años, y que nuestros engendros latinoamericanos se aferran a sus intenciones. Al parecer este ciclo de populistas autoritarios en América Latina apunta a cambiar poco a poco, en algunos lados con férrea resistencia como en Venezuela. En otros lugares, como Cuba, el cambio es curiosamente inducido por la misma dictadura castrista que advierte el inevitable advenimiento de las leyes de la biología. El viaje de Obama sería entonces una pieza más de ese transcurrir incuestionable.
Hace muchos años, Arthur Koestler trataba de entender cómo el mito soviético había impactado y repercutido en las mentalidades de izquierda de Europa, cómo ese mito se había apoderado de la ideología e impedía advertir a mentes lúcidas las aberraciones del socialismo soviético. Decenios han pasado y ese embrujo, aunque diluido, sigue cautivando a muchos. No falta quien siga creyendo en el socialismo cubano y las virtudes de los hermanos Castro Ruz; o el caso de Nicolás Maduro en Venezuela con su socialismo del siglo XXI que sólo acierta a culpar al imperialismo de sus incapacidades y desventuras. Ni qué decir de adornarse con la mágica palabra y definirse de izquierda para así adquirir cierta santidad y complacencia. Superar esta mentalidad no es fácil. Hay que partir de verdades consistentes. Hay que admitir que el socialismo nacionalista (en un solo país, diría Stalin) contenía las semillas mismas de su fracaso, pues las aspiraciones internacionales carecían de fuerza y fundamento para superar el nacionalismo que hoy todavía es fuerza dominante en el contexto mundial.
Hay que admitir que la base estatista del socialismo y sus formas autoritarias (y totalitarias en muchos casos), encerraban conflictos de envergadura imposible de superar sin derrumbar el sistema mismo, como aconteció en todos los casos, y Cuba es hoy ejemplo de una transición pausada y tranquila, por ahora. China es otro caso: sin mayores tumultos desde hace más de 30 años despliega un desarrollo capitalista encabezado por un prolongado monopolio del poder y la política mediante un partido único: el Partido Comunista.
La Guerra Fría (1947-1989) facilitó la permanencia de un engaño ideológico. Este espejismo orientó la mirada de millones hacia la confrontación entre dos grandes potencias (EUA y la URSS), entre dos grandes sistemas (capitalismo y socialismo). Puestos los ojos en esa oposición, las formas de vida diaria en cada país socialista fueron dejadas de lado y en muchas ocasiones su denuncia era interpretada como invento del imperialismo. Así, en Cuba por ejemplo, los hermanos Castro Ruz montaron su dictadura y sus formas totalitarias de gobierno, siempre con la excusa de estarse defendiendo del imperio. La izquierda latinoamericana fue su mejor caja de resonancia, pero poco a poco la mascarada fue cayendo y hoy sólo los ingenuos pueden hablar de “la heroica Cuba”. Qué bueno que ese país se ha internado en un proceso de cambio que a la postre devolverá a la isla lo que los “revolucionarios cubanos” secuestraron hace más de 50 años: el derecho libre al trabajo, la libertad de expresión, de manifestarse, la libertad política, principios básicos estos del viejo liberalismo y que hoy, junto con los derechos humanos, se han elevado a normas elementales de la vida democrática en el mundo.
Léase usted el artículo de Fidel Castro en Granma. Vale la pena por la añoranza hueca que el viejo dictador hace de un mundo que poco a poco se queda atrás, que se interna en la bruma y se esfuma en el recuerdo de algo que no debe de volver a presentarse. Sin embargo, nada garantiza que la historia, siempre irónica, no quiera repetirse aunque sea como remedo de políticas populistas y pasiones de nacionalistas revolucionarios tan comunes en nuestro continente. Encaminada Cuba entonces por el túnel de salida, ¿tendrá el destino reservado para México algún sendero “democrático” de esa especie?. Ya se verá. Entre tanto, tiene pertinencia la pregunta que los periodistas referidos formulan: ¿Voltearán los norteamericanos el castrismo a golpes de dólares o garantizarán la permanencia de sus sucesores?