Columna

Cuando Gonzalo N. Santos no pudo capar a Almazán

Daniel Cosío Villegas se lamentó de que los políticos mexicanos eran ágrafos, no escribían nada y mucho menos se ocupaban de sus memorias para dar cuenta de su andadura por la vida pública. Sabemos que hay excepciones, y una es el caso de Gonzalo N. Santos, el famoso “Alazán Tostado”, cacique de San Luis Potosí y destacadísimo operador político en materia de obra negra al servicio de los triunfadores de la Revolución mexicana.

Se preciaba de tener la credencial número 6 del Partido Nacional Revolucionario, ancestro de lo que luego fue el PRI. Sobresale en sus Memorias su pintoresquismo, pero sobre todo el cinismo de que hacía gala: recuérdese su frase de que “la moral es un árbol que da moras”.

Sus Memorias son voluminosas y obvio es que en muchas de sus narraciones exagera y miente para darse importancia y protagonismo, pero de que da un retrato de la casta de políticos y militares que se aprovechó de la Revolución y de cómo recurrían a deplorables hábitos para resolver sus problemas al precio que fuera, incluidos innumerables asesinatos, no hay duda Si algo no había era autocontención.

Santos fue un hombre político clave durante décadas, pero su estrella declinó hasta los tiempos de Luis Echeverría, cuando ya era un verdadero esperpento o desecho de los tiempos más atrabiliarios de los militares presidentes, y de los primeros civiles, muy corruptos, del tipo de Miguel Alemán Valdés.

En la elección presidencial de 1940 la “familia revolucionaria” se dividió y Juan Andreu Almazán se inconformó con la candidatura de Manuel Ávila Camacho y se lanzó por la candidatura presidencial por su cuenta. Reclutó para su causa, en la región de Sinaloa, al general Roberto Cruz Díaz, nacido en Guazapares, Chihuahua, famoso por haber ejecutado el fusilamiento del Padre Miguel Agustín Pro.

Este general era una pieza importante que le hacía ruido al candidato oficial y se postuló como senador almazanista, jugando cartas delicadas que ponían en riesgo su gran riqueza y su carrera militar hasta entonces muy exitosa, al amparo del grupo sonorense.

La campaña de Ávila Camacho produjo muertes en Los Mochis, Sinaloa, donde el general Cruz era pieza clave, y para remediar la situación, allá fue enviado Gonzalo N. Santos, para aplacarlo. Y lo logró, con las malas artes que se visten de bonhomía y un lenguaje suave, tapizado de halagos, abrazos y apretones de mano.

Santos logró con creces su cometido, rindió al general Cruz Díaz, que luego fue premiado con su regreso al Ejército con altos grados. Así se hacían las cosas en la política y Gonzalo N. Santos era todo un maestro en ese oficio.

A la hora del colofón –lo recreo de las Memorias– hubo el siguiente diálogo entre Santos, el emisario apaciguador, y el candidato Manuel Ávila Camacho, que ganó la Presidencia que ocupó durante la Segunda Guerra Mundial.

Dijo Ávila Camacho a Santos:

—Ahora es muy temprano para beber, pero después del mediodía nos vamos a echar yo y usted, compadre, unas copas de doble ración a la salud de este acontecimiento, pues a Almazán en Sinaloa lo acabamos de capar.
—Eso es poco difícil, compadre —le dijo Santos.
—¿Por qué —preguntó Ávila Camacho, el candidato presidencial.
—Porque Almazán no tiene huevos –contestó Santos.

Así era en aquellos tiempos. Pero no seamos complacientes, también en los nuevos.