Cruz Pérez Cuellar, herencia negra del morenismo en Chihuahua, pretende convertirse ahora en el acusador de corrupción a Javier Corral Jurado.

Son compadres porque acudieron a una pila bautismal para atar tan caro vínculo, con obligaciones que se trasgreden por el desacato de ambos al Código Canónico, pero no me detendré en esto por respeto al estado laico.

Desde las páginas de El Heraldo de Chihuahua, en un “editorial” breve como pequeño es dicho periódico, lo acusó por varios millones de pesos.

¿Porqué no presenta la denuncia y las pruebas? Conjeturo que no lo hará porque no las tiene, que su texto es simplemente vengativo y manufacturado bajo el lema de “calumnia, que algo quedará”.

Y no defiendo a Javier Corral, como está patente en mis columnas, no lo exento de la corrupción que está latente en su quinquenio. Si plasmo estas palabras aquí es, simple y llanamente, para señalar cómo los políticos del tipo de Cruz Pérez Cuellar, en lugar de dar cuenta de sus propias faltas, hay todo un procedimiento incoado, y él se ha escudado en la impunidad que le brindó el partido de López Obrador al hacerlo senador y luego alcalde, por una parte; por otra, está la impericia de Javier Corral de postergar la acción penal durante su quinquenio, quizá por sus deberes religiosos del compadrazgo al haber atestiguado cómo corrió en agua bautismal sobre la cabeza de un vástago de Cruz.

Lo cierto es que la falta mayor de todos ellos es la presencia de un tesoro perdido del que nadie habla. El que podría hablar con toda propiedad es Jaime Ramón Herrera Corral, pero por obra y gracia de Javier Corral Jurado goza de su cabal libertad. Pero de esto no habla Cruz porque, simple y llanamente, no le puede dar patadas al pesebre.

Ahora resulta que los patos le tiran a las escopetas.