Chihuahua: sucesión adelantada
A los que presumen excelencia en las técnicas de hacer política les suele suceder, para decirlo con una figura a modo, que se les queman los libros. Aún están frescos los impresumibles resultados electorales de la reciente elección federal en Chihuahua, cuando ya se desató toda suerte de ambiciones que conducen a una conclusión: César Duarte ha perdido el control y las riendas de su propio relevo y, a consecuencia de eso, el poder casi eterno que creía que lo iba acompañar decrece cada segundo que pasa. Por una parte el arribo del inefable Héctor Murguía Lardizábal a una dependencia de un gobierno en agonía, con la especulación que se generó al respecto, sostenida sin duda en las pretensiones de este hombre impresentable a la sociedad. Luego viene Enrique Serrano, el engreído y mafioso que piensa, atendiendo al resultado electoral reciente, que es una especie de favorito del cacique local y que eso le da aliento para sucederlo.
Continuando en esa línea, aparece el infaltable Javier Garfio, paisanaje ballezano de por medio, para apuntar que llegó la “hora de los ingenieros”, precisamente título que ostenta él y que no se ha correspondido, por ejemplo, con el buen diseño del Vivebús chihuahuense del que él es uno de los grandes responsables. En la lectura de los priístas él va rezagado, por su demérito al estar derrotado en su municipio al partido que representa, porque si hacemos la sumatoria del papel de las oposiciones, el PRI quedó como minoritario, no obstante que se haya alzado con la victoria en un distrito, con Alejandro Domínguez, el que también se cree con alas para volar en pos de algo más alto.
Y en las escalas municipales no faltan políticos del corte de Pedro Domínguez Zepeda que dicen estar ya listos para asumir nuevas responsabilidades ahora que concluyen las presentes. He de decir que simpatizo con la práctica de que los políticos den a conocer sus ambiciones, detestando de paso a aquellos que las buscan plasmadas en la realidad pero las niegan en público. Pero esa visión no es la que está en juego ahora, a la luz del autoritarismo caciquil de Duarte que quisiera -pero ya no puede-, mantener firmemente las riendas para la designación de todo el elenco que el viejo partido moverá el año entrante y en el tiempo que él decida. Debiera recordar el cacique lo que en entrevista radiofónica dijo recientemente Domínguez Zepeda, en alusión a aquel emperador o general romano triunfante que llevaba a un lado a un esclavo, quien le recordaba continuamente: memento mori (recuerda que has de morir).
En todo esto sobresale una pugna que tendría como protagonistas a los hombres del grupo Delicias (que enseñaron su poco temple al soportar a Tony Meléndez) que estarían impulsando a Marco Adán Quezada, a contrapelo de los caprichos duartistas. Es muy temprano para avizorar el desenlace de esto, pero lo que está claro es que Duarte está al borde de ser caracterizado por aquella frase que se le atribuye a Porfirio Díaz, justo al inicio de la revolución de 1910: Ya soltaron la yeguada, a ver ahora quién la junta. ¿Tendrá Marco Quezada el talante para provocar tal dispersión? Sinceramente, lo dudo. Lo que sí me queda muy claro es que a cada santito se le llega su día y a César Duarte ni siquiera se le quemaron los dedos al corrérsele las riendas del caballo. Simplemente ya no pudo sostenerlas, por encima de todo, porque en este juego del PRI chihuahuense nadie en este territorio manda; y el que dirá quién, cómo y cuándo radica por allá en la región más transparente del aire.