Resulta que la candidata del PRI al gobierno del estado, Graciela Ortíz, afirmó que su partido también es víctima de César Duarte (sic que suena a historieta, ¡recórcholis!). Está bueno el olán pero no tan ancho.

Así las cosas, el tirano se ha convertido en el elemento clave para hacer deslindes, unos reales, otros artificiales. El PRI queda, en este caso, dentro de estos últimos, porque ni con un gran calzador nos podrán meter en esos zapatos y tener que creer y aceptar lo dicho por la aspirante tricolor, porque fue ese partido el que produjo y toleró a ese siniestro personaje. Hablo de un PRI estructural al que pertenecen también todos los que aún militan y tienen cargos de dirección en el viejo partido antaño hegemónico. 

Graciela Ortíz fue secretaria de gobierno con César Duarte, nada más y nada menos, y a su abrigo se convirtió en senadora de la república. Y en los seis años que estuvo en la Cámara no dijo “esta boca es mía”; al contrario, guardó silencio cómplice y lacayuno. Veía el infierno y no quería quemarse. En realidad, las declaraciones mediante las cuales se quiere justificar ahora son una muestra, no de la desmemoria, sino del cinismo. 

Y hay un hecho horroroso: Graciela Ortíz era la segunda de a bordo con Duarte cuando asesinaron a Marisela Escobedo, siniestro crimen del que no ha rendido cuentas ni de las condiciones que lo produjeron, al amparo del gobierno al que sirvió de manera abyecta.