Algunos y algunas han hecho del proceso para elegir la presidencia de la Comisión Estatal de Derechos Humanos una verdadera chunga. Imitan los aspectos más deplorables de las campañas electorales de los partidos políticos, ignorando lo esencial del proceso de designación. 

No ven a la CEDH como la institución tan importante que es, sino algo que se debe copar, controlar, usufructuar de sus beneficios presupuestales para que todo siga exactamente igual: nada sustancial por los frutos que se generan a partir de ese aparato preconizador de los derechos humanos. 

Hay aspirantes que por el sólo hecho de estar desocupados laboralmente, buscan la oportunidad de tener un ingreso público. Hay un aspirante que quiere migrar de un puesto público en el Ejecutivo a lo que sería la casa de enfrente, precisamente de la que debe tener no tan sólo a una sana distancia, sino a una distancia, a secas. 

De entre quienes buscan el cargo sorprendió por su desmesura la maestra Verónica Grajeda Villalobos, que acuerpando a la derecha política se presenta como la que tiene el conocimiento del derecho, la independencia para comportarse, la disciplina y la coherencia, y compromiso real con la ciudadanía, de los cuales se tiene escaso registro y testimonio. La maestra dice estar a una “distancia razonable”, pero respetuosa de los partidos políticos. Pero no solo, aquí lo grave es que se ve en ella una defensora de “los auténticos derechos humanos, así como los valores” construidos durante nuestra historia. Así se presenta una visión de derecha ultra montana que quiere asir entre sus manos una institución que requiere gran apertura. 

El problema de candidaturas como la de Verónica Grajeda Villalobos es que tratarían de sacar adelante en la institución las propias convicciones, en este caso con las que navegan apoyadas por los grupos Pro Vida, más que responder a la responsabilidad que se desprende de la ley. Que quede claro, tiene derecho a competir; lo que se augura es que lo haga para llevar adelante su propia convicción y eso huele a fundamentalismo, un mal a desterrar.