He sostenido a lo largo de los años y desde una posición de izquierda democrática, que la reforma que le falta a México y que es más que urgente es la que se refiere al ejercicio del poder. Tanto desde la etapa en que se pretende, como cuando ya se tiene entre las manos por un político en lo individual, un partido o una facción. Y he insistido que no se trata nada más de una reflexión fincada en una ética exigente y rigurosa, sino desde la perspectiva de la política en las mejores expresiones que esta actividad puede tener, vinculada al Estado de derecho y desde luego para satisfacer responsabilidades de la sociedad.
Con Antonio Gramsci he reiterado en los círculos donde he conversado y hoy delibero, que creo más en los políticos que dicen tener ambiciones que en aquellos que las niegan, pero que en realidad aparentan porque las malas prácticas de la política se creen hermanas de la apariencia y de la simulación.
Recuerdo esto en calidad de premisa por lo que se ve todos los días como práctica de nuestra clase política local. Hoy y ante la ausencia de un sistema de partidos, incluyo a MORENA en esto, hombres y mujeres instalados en el poder aprovechan sus puestos, los recursos públicos, las personas a su mando jerárquico, para desdoblarse y atender a la vez, cuando lo hacen, la función pública a su cargo y las labores propias de un precandidato en campaña electoral.
Todavía se escuchan muchos ecos de las pasadas elecciones locales y federales cuando ya hombres y mujeres con poder realizan sus labores para la búsqueda del próximo cargo al que aspiran, violando la equidad posible en toda competencia democrática y en demérito del compromiso que adquirieron cuando fueron designados para un cargo público.
Hoy comentaré lo que sucede en MORENA en relación a tres actores políticos: Cruz Pérez Cuéllar presidente del más importante municipio de la entidad, Juan Carlos Loera de la Rosa, senador de la república y Andrea Chávez, también con escaño en el mismo Senado.
El trío anhela, para decirlo más que suavemente, desde luego cada uno por su parte, llegar a ocupar la gubernatura del estado de Chihuahua en la elección local de 2027. Esa es la tarea principal en la que trabajan, es decir, primero las ambiciones y luego las responsabilidades, desentendiéndose de que en una democracia hay tiempos marcados y que, cuando las cosas funcionan con apego a estándares de decencia, el desempeño mismo se convierte en plataforma natural.
Empezaré por referirme al saltimbanqui Cruz Pérez Cuéllar. No se ha alineado a más partidos porque no ha sido necesario pero sobretodo porque no existen. Cada paso que da quiere que lo aproxime a la candidatura por el naciente partido hegemónico, que dicho sea de paso es un muégano que aglutina oportunistas de toda laya. El fin de semana antepasado hizo un recorrido por la histórica región de Casas Grandes y poblaciones famosas como Mata Ortiz, conocida por su cerámica. Antes fue jinete “villista” en Parral. Hizo donativos producto de gestiones que él realiza para llevar bienes a esas comunidades y lo más seguro es que lo veamos recorrer otras regiones para ir marcando con banderas esta precampaña. El antiguo panista, creo que se preserva en esa condición, como es sabido no tiene límites y en su tiempo fue cómplice y beneficiario del duartismo.
Juan Carlos de la Rosa ya obtuvo en una ocasión la candidatura y quedó claro que no hace química con la población, pero mueve sus piezas y por lo pronto preside la importante Comisión de Asuntos Fronterizos del Senado, más como una plataforma para regresar a Chihuahua con un apoyo burocrático que para atender la agenda binacional, de la que solo le interesan sus propios negocios.
Andrea Chávez presume de ser un relevo generacional. Es más que extraño, pues se mueve de la mano de un dinosaurio expriista como Adán Augusto López. Hace unos días les fue a endulzar el oído a los delicienses llamándolos vencedores del desierto, que estarán a prueba si lo son o no de llegar a secarse la presa La Boquilla, abatirse lo que queda del río Conchos y colapsar el sistema de riego 05.
Hasta ahora los méritos de la senadora son magros, es muy joven aún pero ya ha dado muestra de una beligerancia de tipo porril al abordar temas como la reforma judicial. A ella no le faltan porras para que le griten gobernadora, lo que la hace tener un ojo en el gato y otro en el garabato.
De esos políticos se puede decir aquello que se comentaba antaño: no puedes ándar y ya vas corres. Todo esto es un espectáculo que lo único a que propende es buscar descarnadamente el poder por el poder mismo.
Los para qué, no importan.