El domingo pasado el dirigente nacional de MORENA dio una visión que dejó muy mal parado al gobierno de Corral, y con esa premisa Alfonso Ramírez Cuéllar afirmó que en 2021 caerá el predominio panista en Chihuahua. Es la voz de un líder político que en perspectiva marcó el derrotero hacia los propios fines. Su posición dicta sus palabras. 

Un día después, Juan Carlos Loera De la Rosa, el súperdelegado de AMLO en Chihuahua y en medio del informe corralista afirmó: “nos tocó el primer año de verdadera coordinación con el gobierno de la república, debemos reconocer que como nunca antes hemos podido tener una buena relación para el estado”, y luego agregó que “debemos reconocer los resultados de la administración, y son palpables”. 

Más allá de que la primera parte de esta afirmación carece de sustento histórico, pues durante el priísmo, y aun durante el panismo local en el gobierno, las relaciones fueron estupendas en ese afán de complicidades que ha caracterizado a los gobiernos entreguistas de Chihuahua, de uno y otro de los signos partidarios viejos. Al igual que lo dicho con relación al líder Ramírez Cuéllar, de nuevo su posición burocrática dicta sus declaraciones. 

Pero, de que hay una incoherencia superlativa que rompe principios lógicos, no queda duda: no puedes ser “A” y no ser “A” al mismo tiempo, de sabor lógico-aristotélico indiscutible. Alguno de los dos miente y creo que es el segundo, por el calorcito que le brinda el corralismo. 

En política hay una regla básica: en boca cerrada no entran moscas. O, en otras palabras, se puede tener en reserva la opinión, sobre todo cuando se representa un gobierno. Pero eso sólo se le puede pedir a gente con oficio.