Es muy frecuente, en el lenguaje político nacional, hablar de “corporativismo” y todo lo que significa de lastre para el desarrollo democrático, como de un mal que aqueja a los obreros en su vida sindical o a los campesinos que durante mucho tiempo fueron la carne de cañón electoral del PRI. Superficialmente, lo que se ve a partir de esta lente es un supuesto mal que aqueja exclusivamente a los estratos inferiores de la sociedad, sean los que viven de su salario, de exigir la tierra o crédito para cultivarla. Pero el corporativismo es mucho más que eso y afecta verticalmente a la sociedad; los empresarios de diversos rangos también son presa de este cáncer que tiende a uniformar visiones y reclamos de intereses.
Cuando salió de Querétaro en 1917 la Constitución que parchada llega hasta nuestros días, se sentaron ciertas bases para este corporativismo, a partir de reconocer la existencia de sindicatos de trabajadores asalariados, pero no únicamente. Igual derecho se confirió a los empresarios para que se agruparan en la defensa de lo que les es propio y legítimo. Bajo esa divisa de agruparse, surgieron infinidad de “cámaras” de patrones, industriales, de comerciantes y del sector terciario en el que se agrupa la amplia gama de servicios sin los cuales es imposible pensar que la sociedad se vertebre.
La COPARMEX es, precisamente, un sindicato patronal, con todas las características de una corporación y que va más allá de lo puramente defendible por sus agremiados en la arena económica, pues en ella se asocian un sector empresarial con una visión a la derecha de la sociedad y como el ala radical en contra de todo lo que signifique un reclamo social y político que abra espacios de participación en la riqueza y en la política. Frente a todo sindicalismo obrero genuino, la COPARMEX se coloca en las antípodas y para lograr esos objetivos frecuentemente la hemos visto jugando el rol que corresponde a los partidos políticos de la derecha o del conservadurismo, a veces como apéndice del PAN, en ocasiones del propio PRI cuando así conviene. Es como una escuela, o una antesala, que gradúa liderazgos que luego pasan a jugar, con todas las características imaginables, un papel en la política nacional y local. No es un asunto jurídicamente de forma, hay la libertad de asociación y las posibilidades del juego político para que así sea. De hecho así ha sido.
Aquí lo que conviene no perder de vista es que así como envejecieron los antiguos aparatos del charrismo sindical, las grandes corporaciones aparecidas a mediados de los años 30, de las cuales fue emblemática la CTM y el que fuera prácticamente su líder vitalicio, Fidel Velázquez, en una historia paralela en la que todas las centrales obreras y sus líderes, eran apéndices del Estado y su partido hegemónico. Eso se derrumbó, lo que no quiere decir que se haya generado una alternativa de libertad y autonomía sindicales; nuestra transición democrática ha sido tan limitada que se ha desentendido de que mientras prevalezcan estas corporaciones, los obstáculo para una democracia plena siempre estarán a la vista.
Retomando el hilo, así como aquellas envejecieron y ya no sirven, lo mismo ha sucedido con las agrupaciones empresariales, y es todo un reto que se generen alternativas de asociación porque, como es lógico suponer, no hay una sola visión; al contrario, hay una gran pluralidad de enfoques que repercuten en el diseño del futuro económico del país. Y así se empieza a plantear un problema esencial, así sean exclusivamente barruntos de un futuro de transformaciones.
En este materia, le ha puesto el cascabel al gato el empresario Carlos Chavira, quien propone la creación de organismos alternativos de emprendedores auténticos en la economía, que rompan con la hegemonía de direcciones tradicionales con muy específicos intereses políticos y que hoy están comprometidos en buscar el derrumbe del gobierno de la Cuarta Transformación que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Se ve el propósito no sólo como un trabajo de Hércules, sino varios trabajos de los que encabezó el mítico personaje. Es una ruta que ha tocado un punto neurálgico de la transición mexicana, poderoso como podemos imaginar, y difícil de derruir, más en estos tiempos. Pero quepa el mérito de esta etapa iniciática.
La propuesta de Carlos Chavira tiene oponentes muy poderosos. En primer lugar, el de los grandes capitales que ven en las agrupaciones empresariales sus simples correas de transmisión para alcanzar sus objetivos. Ya lo dijo el clásico, “el capital por sí mismo tiene gran fuerza”, y desde luego un aparato de redes que prácticamente permean a todas las unidades económicas empresariales. En el caso de la COPARMEX, es innegable, hay un grupo similar a las de las camarillas de los charros, en el que están, y han estado –pongo un simple ejemplo–, personajes como Gerardo Gutiérrez Candiani, Alberto Espinoza o Pablo Castañón, con historias que hablan muy claro de cómo subordinan a sus intereses de facción la influencia que ejercen en el resto del empresariado, en particular de los adherentes de la central patronal mencionada.
Hoy Gustavo De Hoyos Walther ocupa la presidencia nacional de ese organismo y tiene un activismo de primer orden para construir la oposición al gobierno de México, tema por demás complicado si nos hacemos cargo de la crisis de los partidos políticos y la ausencia de alternativas para las contiendas electorales que vienen, la crucial de 2021, cuando se peleará por la mayoría de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión como el momento previo a la que estos personajes quieren convertir la madre de todas la batallas en 2024.
De Hoyos hasta se autopresenta como un potencial candidato presidencial, y ahí va por los caminos de México llevando su credo. Se ha propuesto revertir la rueda de la historia hacia aquellos tiempos de franco entendimiento con el modelo económico y el régimen de corrupción e impunidad.
Contra eso ha levantado el empresario Carlos Chavira, defenestrado por aquellos porque no embona con sus intereses y con el apoyo de poderosos empresarios de Ciudad Juárez que en los tiempos de César Duarte lo apoyaron sin condiciones, y en los de Corral pasaron a la nómina, como Alejandra De la Vega, la secretaria del ramo económico.
Carlos Chavira padece el destierro, sobrelleva tortuosos procedimientos con los que se le quiere incriminar sin el respeto a la presunción de inocencia que le favorece, precisamente porque en el pasado encargó esa visión corporativa en la que sólo unos cuantos dueños mandan y la inmensa mayoría tiene que obedecerles.
Un tema imperdible.