Nota preliminar: 

Con este documento abrimos un foro de discusión sobre la situación del país y el trazo de perspectivas. Son apuntalamientos, vendrán luego otros y hacia la etapa final de la deliberación, decantaremos un Manifiesto para una izquierda posible en México, y desde luego Chihuahua.

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En la década de los años ochenta del siglo pasado, comenzó a darse de hecho una singular transición en México. El régimen político por decenios sustentado en el monopolio del poder a través de un “partido oficial” (el PRI), por obra de los comicios, empezó a transitar hacia un sistema de real competencia electoral  y participación de otras fuerzas política en el gobierno. Esto desencadenó modificaciones en el funcionamiento del sistema político y en las estructuras de operación y control de la compleja vida social y política del país. Se conjugaron las formas tradicionales de ejercer el poder con nuevas circunstancias en la gobernanza de la realidad. La evolución fue paulatina, pausada pero inevitable.

Así, en los últimos 30 años se vino instalando en México un régimen político gradualmente democrático con un poder presidencial más acotado, emergencia de poderes regionales (gobernadores) más relevantes, un cuerpo legislativo de contrapeso (y de excesos frecuentes, sobre todo en prestaciones y privilegios) y un ámbito judicial autónomo y fuerte. En paralelo y asociado a ello, se vino generando una amplia inseguridad pública con las actividades de organizaciones delincuenciales dedicadas al narcotráfico de drogas, extorsión y secuestro de personas, como si fuesen “soberanías especiales”, reforzadas por la corrupción y la impunidad, todo acompañado  de una creciente desigualdad social. Se generó, pues, un proceso de alteración en el entramado del sistema político y se dislocaron los controles y términos de convivencia al generarse espacios nuevos de participación (honrada y delicuencial) en la sociedad. En este contexto se dio el paulatino acceso a diferentes niveles de gobierno a diversos actores políticos distintos al PRI, hasta llegar al año 2000 con el arribo a la Presidencia de la República del Partido Acción Nacional (PAN).    

La alternancia política coronada el año 2000 en la Presidencia de la República inauguró la nueva etapa, pero también desencadenó la proliferación de referentes políticos diversos al fortalecer una partidocracia que se adjudicó grandes prestaciones y privilegios, a la vez que continuó la formación de organismos autónomos como contrapesos del ejercicio gubernamental, junto con los poderes legislativo y judicial en autonomía creciente. Pero también se extendió la delincuencia organizada a la par que la corrupción y la impunidad aumentaron y se hicieron más exultantes. A partir del 2006 se tomaron decisiones fuertes para acometer la evolución de la delincuencia y se echó mano del Ejército para apoyar esa lucha y mejorar la seguridad pública, objetivo que hasta hoy (2019) no se ha logrado. Se aceleró así el desgaste del sistema tradicional y el fastidio y fatiga de la ciudadanía con el establishment fue incrementándose con los años. 

Finalmente, el 2018 hubo un desenlace decisivo en torno al cual necesitamos un diagnóstico y toma de posiciones. Tras más de 12 años de campaña electoral de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), la ciudadanía expresó en las urnas simpatías por el discurso populista del candidato de MORENA y concedió el triunfo presidencial con 53% del padrón electoral a favor y un 47% del electorado en contra, o en abstención. La presencia pública de AMLO con dos campañas presidenciales como antecedente (2006 y 2012) y su ininterrumpida participación en todos esos años, volvieron familiar su imagen y sus ideas y disiparon los temores formados a su alrededor en el pasado. La familiaridad con las cosas o las personas las vuelve aceptables en el trato, acostumbra con su presencia y adormece las alertas de sus riesgos. En paralelo, el descontento, el fastidio, el enojo con los partidos tradicionales y los gobiernos anteriores (PRI y PAN) concentraron el rechazo y eso fue suficiente para entregar la Presidencia de la República a una oferta de cambio distintivo. 

Finalmente la visible ola populista instalada en muchos países se desplegó en México. Ese populismo, con alta concentración del poder personal, parece ser una respuesta a la sensación de abandono de las clases populares y ofrece una forma nueva de la acción colectiva; es una manera de hacer política que lo mismo se acomoda con fines nacionalistas de independencia ante una metrópoli, que de protección ante los competidores; lo mismo se ajusta al “nacionalismo revolucionario” aislacionista de López Obrador que al proteccionismo de Donald Trump. El populismo facilita el desarrollo de formas autoritarias en el ejercicio del poder, arropado y apoyado siempre por un “pueblo bueno» enardecido frente a una “élite corrupta” que –según el discurso público– ha evitado la prosperidad de la mayoría. La emergencia de este fenómeno tiene su razón de ser y desencadena –además– turbulencias dentro de las formas democráticas de gobierno que usualmente conducen a excesos de diverso tipo. 

¿Qué tenemos hoy?

Las elecciones del 1 de julio de 2018 llevaron al poder a López Obrador con su partido político (MORENA), encabezando un variado frente de intereses políticos e ideológicos. MORENA es un frente que aglutina a expriistas, populistas, tendencias de izquierda moderada y fanática, y sumaron fuerzas religiosas, magisteriales, etcétera. De inmediato el ganador bautizó como Cuarta Transformación (4T) su proyecto de país, prometiendo acabar con la corrupción e impunidad, mejorar la seguridad pública y reducir la delincuencia organizada, ampliar el reparto asistencial de apoyos a jóvenes, estudiantes y adultos mayores, entre otras cosas. Además del reparto clientelar de ayudas monetarias a jóvenes “ninis”, a estudiantes y adultos mayores, se ha medio militarizado la vida pública con una Guardia Nacional inédita, medida esta opuesta a lo prometido en campaña electoral.

El Gobierno de López Obrador impulsa un cambio que debemos analizar por las consecuencias que entraña y por la variedad de manifestaciones que ha engendrado. El arribo de este proyecto y su frente político, con su impacto ha alterado el tejido de la partidocracia y seguramente se gestará con ello una reconfiguración del entramado político en México.  Veamos pues los rasgos más importantes por las repercusiones que puede acarrear en la vida política y social de México. 

Régimen Político

Llegamos al 2018 con un sistema democrático con deficiencias pero estable. Un régimen sustentado en elecciones, con cierto equilibrio de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y con varios organismos autónomos reguladores de la vida colectiva en sus ámbitos de competencia como el Instituto Nacional Electoral (INE), Comisión Reguladora de Energía (CRE), Banco de México, Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), entre otros, todos ellos con una función específica que sirve además de contrapeso y equilibrio en el ejercicio global del poder. 

Además de las características propias en cada país, en su naturaleza la democracia alberga fragilidades que pueden conducir a mejoras democráticas, o a desviaciones que dificultan a la misma democracia. En este sentido, varias medidas políticas promovidas por AMLO apuntan a fortalecer un poder personal y autoritario, y a debilitar las instituciones que dan soporte equilibrado a nuestra democracia mexicana. De esto alertamos aquí a la ciudadanía. Su avance es paulatino, silencioso, intangible a veces, y medio oculto en la inmensa variedad de temas que día con día introduce la verborrea presidencial. 

En esta abundante locuacidad predomina una constante referencia hacia épocas pasadas como algo mejor en la economía (el “desarrollo estabilizador” de los años 50, 60 y 70 del siglo anterior) y su añejo “nacionalismo revolucionario” derivado de la Revolución de 1910. El hombre en Palacio (el presidente) gusta referirse a ese pasado míticamente ensoñado como “tiempos mejores”.  La versión presidencial del Plan Nacional de Desarrollo (2019-2024) muestra con claridad esa demagógica nostalgia. De esa ensoñada restauración autoritaria en curso hoy en México anotamos algunos de sus componentes.

a) Construcción del poder personal. El nombramiento de superdelegados federales en los estados puede servir de base para operar un poder paralelo a los gobernadores y centralizado en la figura del presidente. Eso lastima el frágil federalismo, refuerza el centralismo y fortalece el poder personal del presidente de la república. De esta forma, según viejas palabras que vienen desde el Medioevo con Marsilio de Padua (1275-1342), se estimularía el ardenti desiderio principatus (el ardiente deseo de gobernar) y se desbocarían las ambiciones más diversas en las regiones. Esta medida se complementa con otras acciones. Nuevo federalismo es lo que se requiere. 

b) Disminuir la autonomía de los organismos autónomos. Con su inagotable fuente de comentarios, el presidente López Obrador, de cuando en cuando, pero con singular constancia, emite declaraciones descalificadoras de esos organismos con el propósito de descalificar su autoridad moral e institucional. O bien, apoderarse de ellos nombrando delegados afines a sus deseos. En la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por ejemplo, tiene ya a dos fieles seguidores y aspira a su control total. Este apoderamiento y/o sumisión, es parte del proceso de construcción de los gobiernos autoritarios. En este aspecto, hay mucha semejanza entre la conducta de Donald Trump y la de López Obrador: ironía de la vida. Apunta AMLO hacia una democracia autoritaria centrada en su persona.

c) Desapego del Estado de derecho. Es parte del patrimonio cultural de los mexicanos buscar siempre cómo rodear a las leyes. Dejarse llevar por esta debilidad popular en el ejercicio del poder puede producir riesgosas consecuencias, además de ser un pésimo ejemplo. El actual presidente López Obrador padece esta inapropiada flaqueza. Además de burlar normas establecidas, al realizar múltiples adquisiciones el gobierno sin licitaciones, favoreciendo las compras directas (muchas veces fuente de corrupción tal método), la audacia llegó recientemente al extremo de enviar un memorándum a tres secretarios de estado, recomendando eludir parte de una ley constitucional educativa con la inaudita osadía de hacerlo por escrito y firmarla. Es prueba contundente de la actitud presidencial de sólo respetar las leyes cuando su capricho lo disponga y para ello se cobija en que prefiere la justicia a la ley. Los riesgos de esta postura son mayúsculos y debe someterse a una vigilancia ciudadana permanente. 

d) Voluntaria sumisión del contrapeso. Una sorpresa fue el amplio triunfo de Morena (López Obrador) en las elecciones de 2018. Obtuvo mayoría en las cámaras de diputados y senadores, y en 17 congresos de las entidades federativas. Un poder excepcional, como lo tuvo el PRI por decenios, para un hombre con singular vocación para ejercerlo y poseído por aquel sortilegio de que “el deseo de dominar  es un demonio que no se ahuyenta  con agua bendita” (Trajano Boccalini). Pero lo  asombroso de esto es la indiferencia de la población hacia las medidas concentradoras del poder y la sumisión ante el poder Ejecutivo de organismos que deberían ser factor de equilibrio y de contrapeso, como las cámaras de diputados y senadores que, por obra y gracia de la mayoría que tiene MORENA, sus miembros gustan de ostentar su lamentable sometimiento ante su líder (al viejo estilo priista) y en coro gritan: “Es un honor estar con Obrador”. Tal expresión es una abierta renuncia a servir de contrapeso del Ejecutivo. “La obediencia anticipatoria” (Timothy Snyder) favorece la adaptación ante situaciones nuevas y se vuelve  ingrediente central del éxito del autoritarismo. Por esto, la exigencia de que las instituciones conserven su función y no se degraden en su razón de ser para evitar que la democracia sea desmontada y sometida al capricho y ocurrencia de una persona, sea quien sea.  

e) Revocación del mandato. Este recurso es simplemente la ventana del presidente para espiar los estados de ánimo del “pueblo bueno y sabio”; es el lindero de las tentaciones a satisfacer las peticiones de la voluntad general, e intervenir en los procesos electorales intermedios. En todo caso debería dejarse en manos del pueblo semejante petición y no heredarla como obligada pregunta que se lanza desde el Ejecutivo. No todo fluye desde la montaña. 

Nacional populismo     

Se han señalado, y con razón, múltiples ingredientes que explican el enojo y descontento ciudadano que en muchos países han producido resultados electorales favorecedores del discurso populista con distintos signos ideológicos (izquierda, derecha, centristas, en fin). México no ha sido la excepción con el liderazgo de López Obrador al frente de un movimiento (MORENA) integrado por una mezcla de posturas políticas, opuestas a veces, y que hoy coexisten por la amalgama del líder y los éxitos electorales alcanzados, un movimiento-partido que rompe con el esquema de partidocracia tradicional y sugiere al ciudadano la emoción de liberarse del entramado dominante. 

La desconfianza en los políticos, el descrédito de la partidocracia, la notoria corrupción por años alrededor del gobierno con la impunidad paralela, la crisis de seguridad pública que vive México desde hace 15 años al menos, los efectos negativos del neoliberalismo en economía agudizando la pobreza, la sensación de abandono en amplias multitudes frente a élites privilegiadas. Todo ello propició la formación de una masiva audiencia receptiva al lenguaje de un mundo binario: el pueblo de un lado, las élites de otro; los privilegiados frente a los desposeídos, los pobres. En suma, el discurso populista, obeso de buenas y atractivas promesas, fructificó y  se expresó en las urnas con el resultado que hoy tenemos. 

Allí donde las democracias en su seno han generado movimientos populistas que acceden al gobierno, la polarización política y social se ha agudizado. En nuestro caso la voz presidencial es el principal instigador de la división pues López Obrador no cesa de calificar a sus oponentes y críticos de fifís, conservadores, miembros de la mafia en el poder, descalifica a los medios de comunicación que no coinciden con sus pronunciamientos, no deja de enfatizar la oposición entre las clases (sectores) sociales, etcétera. Descalificar y demonizar el pasado es tarea cotidiana.

En una palabra, el hombre de Estado que escogió el elector en 2018 se comporta hoy como gladiador infatigable ante un amplio segmento de la población (el 47% que no votó por él, al menos) y día con día en conferencias “mañaneras” se afana en consagrarse como “Apóstol del Acoso” y “Príncipe de la Discordia”, dando así un pintoresco toque a nuestro desvencijado régimen democrático. Y de nuevo, en este punto, brota la inoportuna semejanza con Donald Trump quien no cesa de pelear con su entorno. Parece que los extremos tienden a tocarse. Mencionemos pilares más destacados del discurso populista del presidente López Obrador:

• El pueblo es bueno y sabio. Manipula el concepto abstracto. Se cuida de mostrar las formas en que el pueblo se expresa. En las elecciones, por ejemplo, el pueblo actúa numéricamente y genera una aritmética que asigna triunfos y derrotas. En varias luchas sectoriales (sindicatos, ONGs, acciones populares, cívicas, etcétera) el pueblo actúa en la vida social; como actor de principios el pueblo expresa su personalidad en las leyes, en el derecho, en la Constitución. Son múltiples formas en las que se desdobla el pueblo, pero el demagogo sólo adula para explotar las emociones colectivas con fines de control y dominio. El discurso populista se especializa en contraponer al pueblo y las élites y tal oposición fue condensada por AMLO con la fórmula: “Primero los pobres”. El populista proyecta siempre una mística y mesiánica fusión entre el pueblo y el líder, por eso AMLO insiste en sus discursos: “No me dejen solo porque sin ustedes no valgo nada, o casi nada… Yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes…” (Discurso en el Zócalo, 1/XII/2018). 

• La élite concentra privilegios y es corrupta. Clasifica y divide a la sociedad en dos campos. El pueblo bueno y la minoría rapaz y ventajosa. Atiza el resentimiento de la mayoría contra la minoría.

• Explota sentimientos nacionalistas. Privilegia los “valores nacionales” frente a un mundo exterior que amenaza y puede ser hostil. Se resiste a aprovechar las ventajas de la globalidad y las relaciones internacionales y prefiere encerrase en sus fronteras diciendo: “la mejor política exterior es la política interior”. Y mantiene la manipulación de sentimientos nacionalistas en reserva para usarlos como herramienta de cohesión cuando las dificultades de la relación con Estados Unidos (léase Trump) lleguen a requerirlo. Será entonces cuando el “sentimiento antinorteamericano” latente en los mexicanos  juegue su papel. Ya dio muestras del “sentimiento antiespañol” anidado en la enseñanza básica de historia en la escuela  con una imprudente carta al rey de España. Un nacionalismo veleidoso acecha nuestro porvenir.

• Contra la corrupción y la impunidad. Promete acabar con la corrupción y ofrece su conducta como ejemplo, y no cesa de señalar a los gobiernos desplazados como fuente de maldad y perversión, a la vez que incurre en contradicción al proponer una política de punto final, imposible conforme a la ley.

• Transmite la idea y sensación de encarnar la voluntad del pueblo, y para confirmar esa mística fusión con frecuencia realiza consultas en mítines de plazas públicas para mostrar la vitalidad y fuerza del pueblo actuante. Ensalza así la democracia directa, participativa, frente a la democracia representativa que tenemos. En realidad impulsa una democracia ancilar (sometida, doblegada).

Estilo de gobierno

Sin duda hay un nuevo estilo de gobierno, un estilo personal, más allá de las ideas políticas y planes de gobierno. Y, como apuntó un pensador francés, “el estilo es el hombre” (Buffon). Veamos entonces en qué consisten sus rasgos esenciales. 

a) Imagen de modestia y austeridad. Se esfuerza AMLO por agradar a la población. Rechazó Los Pinos como residencia oficial y la volvió museo; descartó el avión presidencial y se traslada en líneas comerciales como cualquier viajero; eliminó al Estado Mayor Presidencial como apoyo de seguridad y lo acompaña una guardia   moderada (“el pueblo me cuida”, lisonjea); decretó baja de salarios a la alta burocracia (108 mil pesos mensuales como tope propio y del resto). En fin, se promueve la identificación íntima de sencillez entre pueblo y gobernante reduciendo al mínimo las diferencias (el “don de mando” como principal discordancia, ni más ni menos). Se trata de que el ciudadano sienta que tiene como presidente a uno igual a sí mismo, infundirle la emotiva sensación de identificarse y verse reflejado en su figura. Astuta estratagema del mundo populista.

b) Centro y círculo del gobierno. El presidente aspira a inundar con su presencia la vida informativa en el país con un egocentrismo anclado en las diarias comparecencias “mañaneras”.  De modo natural, la opinión presidencial siempre es motivo de atención y en eso se apoya AMLO para, desde temprano, inundar el ambiente noticioso. En esas escenificaciones el presidente discurre lo que gusta e informa a su manera. Le disgustan las preguntas incómodas, con frecuencia desvía la atención contestando “yo tengo otros datos” (que nunca muestra), y acostumbra a denostar a sus críticos y oponentes con calificativos ridiculizantes como fifís, conservadores, corruptos, neoliberales, a los que “no se portan bien”. De hecho, abusa de su posición pues se apoya en la figura del Estado para descalificar groseramente a sus contrincantes. Esta práctica desmesurada y grotesca del uso del poder es parte del arte de gobernar de AMLO, exceso que debería eliminar por respeto a su investidura como “presidente de todos los mexicanos”. Con esas “mañaneras”, pues, se colonializa la opinión pública y busca acaparar la atención pública, estar presente en el ambiente como referente en las decisiones de las personas: ser el centro y círculo en el quehacer cotidiano de la ciudadanía. Es una especie de narcisismo político, inédito en estos tiempos. 

c) Las virtudes y la ley. El presidente López Obrador ha llegado a afirmar que entre la ley y la justicia hay que inclinarse por la justicia. Es asunto de vieja reflexión el punto, pero el presidente juró respetar y hacer respetar las leyes. La trayectoria política de AMLO ha mostrado en muchas ocasiones su preferencia por desviarse de la legalidad para alcanzar sus metas, o para oponerse a lo que estima una injusticia. Ahora ya en el poder, la vieja inclinación está siempre al alcance de la mano. 

En conjunto, pues, observamos un estilo de gobierno que transmite la sensación de cercanía entre gobernante y gobernados, un estilo que difumina esa tradicional distancia, y eso seduce y halaga a la población, y se corona esto con un discurso popular plagado de dichos de fácil asimilación, como el ya famoso “me canso ganso”. 

Personalidad del líder

Asunto complejo, pero necesario abordar por el papel central que en el populismo juega la figura del líder. Observemos pues manifestaciones de AMLO que revelan aspectos de su personalidad y proyectan posibles conductas de gobierno.

Se trata sin duda de un político con gran intuición y singular audacia. Es notable su perseverancia, calificada también como necedad, terquedad. No se le advierte interés  por el enriquecimiento ni se conocen actos de corrupción personal. Parece disfrutar del contacto directo con los ciudadanos y le seduce estar ante una asamblea pública. 

Estos reconocidos atributos se combinan, sin embargo, con el estilo de gobernar y la vocación y efectos del poder en la persona. Muchos observadores y analistas han apuntado, en distintas ocasiones, rasgos del hoy presidente, señales que conviene tener presentes y vigilar su conducta como gobernante. Podemos enlistar las más significativas y palpables a la simple observación:

• Asume posturas de un personaje mesiánico y redentor.

• Persevera en intolerancia hacia  oponentes y  críticos.

• La ira lo visita cuando se le contradice, y amenaza a quien duda con la respuesta del pueblo sabio.

• No tolera competencia pública de su persona y las llamadas “mañaneras” garantizan su temprana aparición mediática. Revela narcicismo político.

Tiene ideas fijas sustentadas en la ocurrencia y el capricho, ancladas en una visión maniquea del pasado. Exhibe cierto infantilismo.

• Abusa de la banalización de los problemas, los trivializa para sacar adelante sus argumentos y energumentos. 

• Muestra soberbia en el manejo del poder y elude las leyes sustentado en la primacía de la justicia.

Vanidad con heroísmo. AMLO ha construido su personal filosofía de la historia sobre México denominada “Cuarta Transformación” (4T). Según esta interpretación, codifica el pasado en tres etapas transformadoras, y la cuarta comenzó con su triunfo electoral. Así, el devenir del pasado vino a desembocar en su llegada a la Presidencia y tal éxito es la línea del tiempo ido con el porvenir encarnado por él. Esto muestra que la historia mexicana tiene una finalidad predeterminada (una teleología) coronada con su liderazgo… modestia aparte. ¡Huele a petulancia!

Y como el curso de nuestra Historia ha desembocado en un destino anhelado, el reparto de responsabilidades y tareas se ha establecido de manera natural (con palabras de Alexandre Koyré): para unos, para los muchos corresponde Credere, Obedire, Combattre como único deber del pueblo bueno y sabio, porque el pensar y decidir es privilegio exclusivo del jefe y presidente. La Historia, pues, tiene fines predeterminados según el filósofo presidente, y en México la nueva era mediática y en redes sociales ha comenzado.

¿Qué hacer hoy?

El éxito electoral puso en manos de López Obrador un amplio poder. El riesgo de  excesos va pegado a los alcances del triunfo. Hay una patología anidada en el uso del poder que fue detectada desde la antigüedad por los griegos: la Hybris, esto es, la desmesura, la arrogancia, la soberbia en su manejo. La hybris era el intento de transgredir los límites del poder establecidos por las leyes, tentación siempre presente cuando alguien asume que su  representación encarna la voluntad general del pueblo; era un riesgo que se corría al alcanzar un poder muy amplio, frecuente cuando triunfaban los demagogos. Hoy estamos en México ante esta posible derivación de la democracia. 

No sobra atender el viejo consejo que el prototipo del absolutismo, el rey de Francia Luis XIV, en sus Memorias dejó escrito: “…no os engañéis jamás en esto: los hombres no son ángeles, sino criaturas a quienes el poder excesivo termina casi siempre por darles alguna tentación de usarlo”. Y ese riesgo se ha hecho realidad en nosotros (por ejemplo el Memorándum de AMLO sugiriendo eludir parte de la Ley de Educación heredada). Sin duda la transparencia y la rendición de cuentas se vuelve ahora una buena y obligada exigencia ciudadana. 

De manera natural, los populistas buscan debilitar aquellas instituciones que fortalecen la democracia y dificultan su control total e indisputado del poder. Por ello someten o debilitan los organismos que regulan distintos aspectos de la vida económica, social y política (Banco de México, INE, CNDH, etcétera.). A pesar de sus limitaciones, conservar y fortalecer la democracia evita mayores desviaciones, de aquí la natural exigencia de respeto a tales organismos y pugnar por su fortaleza.

No menos importante es promover el equilibrio del ejercicio del poder un Poder Judicial independiente, no subordinado al Ejecutivo, con un Poder Legislativo autónomo, y para esto requerimos representantes populares con criterio y sin patéticas actitudes de servidumbres voluntarias. Se impone, además, regresar a una rigurosa constitucionalidad de las fuerzas armadas y a la separación de las iglesias y el Estado, pues la Cuatroté más parece que nos está regresando a antes de las Leyes de Reforma.

Sin duda el éxito de AMLO con MORENA ha alterado el entramado del régimen político y generado una crisis en la partidocracia tradicional. Toca ahora el deber de aprovechar esas perturbaciones para recomponer el universo organizativo de las fuerzas políticas existentes. Entendamos que la emergencia de exitosas estrategias populistas y la proliferación de demagogos es algo consustancial, inherente a la democracia misma; son desenlaces explicables cuando la sociedad padece crisis duraderas y acumula agravios y aspiraciones insatisfechas. El fenómeno López Obrador se inscribe en este complejo contexto.

Preocupante es también el afán impositivo en todo. Al Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 elaborado por la Secretaría de Hacienda, con las vicisitudes ya manifiestas tras la renuncia de Carlos Urzúa, el presidente AMLO le anexó un panfleto ideológico que resume lo central de la plataforma de campaña electoral contra el neoliberalismo y destaca sus principales proyectos de gobierno. Lo real es que ambas partes del Plan, una vez transitados los protocolos legales, dormirán tranquilas como simple referentes formales al igual que sucedió con los planes de gobiernos anteriores. 

Hoy más que nunca es preciso insistir en metas centrales insoslayables, a la par que exhibir los riesgos del populismo en el gobierno. Buscamos una vida en común fundada en la tolerancia de la diversidad y de las expresiones multiculturales entretejidas con el respeto a los derechos humanos. No anhelamos lo anclado en obligadas creencias e ideas comunes. Es irrenunciable objetivo aspirar a una transformación pacífica, con reconocimiento de los adversarios mediante mecanismos democráticos de decisión.

Es indispensable también mantenerse en alerta permanente ante el insaciable afán de protagonismo y sometimiento político que el presidente López Obrador promueve con sus actuaciones. Hay cosas evidentes, pero también se escurren ante nuestros ojos procesos algo intangibles que conducen suavemente hacia el reforzamiento del autoritarismo y amplia concentración personal del poder al estilo de los viejos tiempos del monopolio indiscutido del PRI. Una regresión sin duda, pero posible también y en silencioso curso.

La permanente vigilancia ciudadana del poder Ejecutivo que proponemos se funda, como dijo Ariosto, en “que no es lo mismo llevar el timón que gobernar las riendas”. Tenemos un Presidente que gusta mostrar que aquí él manda, que lleva el timón sin duda, pero las riendas de la democracia exigen tolerancia, acuerdos, respeto mutuo y concordia social que los ciudadanos exigimos en su comportamiento. Alerta permanente para evitar que prolifere la necia actitud de impulsar obras y políticas públicas sin estudios ni evaluaciones previas. La tarea es ardua pero necesaria.