No se trata de un personaje a la altura de Molière, el grande de la dramaturgia francesa. Empero, sí de un actor menor, practicante sistemático de la doblez, simulador y lo que ya imaginan. 

El lunes pasado llegó a su oficina en la Secretaría de Hacienda del corralato, convocó a sus subalternos y pronunció los adioses que son posibles cuando sientes que como equilibrista te puedes caer para arriba o para abajo, porque siempre tendrá apuesta para un día después. En los mentideros de la política local se le auguró que sería para arriba, que había alcanzado y hecho los méritos para ser secretario, aunque su hoja de servicios dijera lo contrario. 

Con sonrisas actuadas, con un lenguaje artificialmente sencillo, dijo adiós pero que de todas maneras él ahí estaría. Con voz de tenor que pretendió alcanzar el do de pecho, dijo no ser panista, quizá piensa que esa credencial hoy no sirve mucho en Chihuahua. 

Recuerdo cuando llegó a Unión Ciudadana, mejor dicho cuando ahí lo acomodó Javier Corral de manera inopinada, pero como presagio de ambiciones que no embonaban con la organización, que abierta como lo es lo recibió. 

Durante buena parte del año 2016 se manejó entrambasaguas, con un pie aquí y el otro allá, como si no se advirtiera que en realidad venía a una campaña y en pos de un puesto público. Además, sutilmente, dio a conocer su abolengo para exaltar su pedigrí. 

A la hora del triunfo de Corral, ahí estuvo a su lado, proponiendo tomar champagne y, caminando el tiempo, alcanzó el preciado cargo y le encomendaron la llave por donde sale el dinero público, y una vez instalado ahí se propuso metas que andan de la greña con la buena ética pública que los gobiernos demagógicos dicen practicar. Tenemos su expediente, sabemos de que hablamos. 

Se trata de un Tartufo, de Eduardo Fernández Herrera, que en su caída se quiso elevar a alto funcionario de la Secretaría de Salud, con el precedente de que buscó la silla de quien fue su adusto jefe en la secretaría de los dineros. 

Olvidó que no basta ser un impostor, porque como dijo el mismo Molière: “Las personas no están jamás tan cerca de la estupidez, como cuando se creen sabias”.