En aras de un presidencialismo estorboso para el país, se desprecian los órganos constitucionales autónomos: lo mismo el INE que los institutos para la transparencia, el INEGI y la CNDH. En otras palabras, malos vientos soplan para las autonomías y esa tendencia, andando el tiempo, se puede tornar en un desastre para el país. No afirmo que todo lo que se hace a la sombra de esas instituciones merezca un diez de calificación; sí afirmo que con reformas se puede perfeccionar un indispensable sistema de pesos y contrapesos, al parecer sin el agrado del actual poder presidencial y lo que ya se denomina la “hegemonía morenista”.
Pero si algo preocupa es el trato que se le ha dado a la CNDH, en particular con el desprecio de López Obrador a recibir el informe anual que rinde su actual presidente Luis Raúl González Pérez. Se equivoca quien piense que se trata de un simple protocolo, un trámite más. Aparte de que la Constitución lo obliga, AMLO interrumpió una tradición política importante con 29 años de historia. En un país en el que después del presidente todos son funcionarios menores, ahora se encargó la tarea a la señora Olga Sánchez Cordero.
No estamos frente a un hecho menor, eso es impensable: examinar el estado que guardan los derechos humanos en el país es indispensable a las puertas de entrada de la acción militarista de la Guardia Nacional.
De México no se han ido la tortura, los crímenes de odio, el feminicidio, las desapariciones forzadas, la xenofobia y el racismo, el maltrato indignante a los migrantes, el asesinato ya recurrente y endémico de periodistas, por sólo señalar un ramillete de rubros como para que ahora Andrés Manuel López Obrador actúe con necedad y desprecio a una institución respetable y que simboliza –con las críticas que se quieran lanzar– una nueva era en materia de derechos y garantías. Muchos hemos tocado las puertas de la CNDH con derivaciones a veces favorables y a veces cuestionables (a Unión Ciudadana se le negó una recomendación por los sucesos del 28 de febrero de 2015, cuando Duarte agredió una manifestación pública) pero el balance es positivo y si hay algo perfectible y abierto a transformaciones es precisamente este tipo de instituciones, hoy preocupantemente desdeñadas.
Todo en aras de una concentración de poder que le va a costar mucho al país y no hay que esperar a que el poderoso tropiece con su propio manto. En esto no hay transigencia alguna.
Los altos funcionarios confeccionan sus agendas por prioridades, no se puede emprender nada sin esta divisa. ¿Acaso no era mejor un encuentro con la CNDH que una más de las mañaneras con las que se coloniza la opinión pública de manera cotidiana?