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Corral sin libreto y sin apuntador

Probablemente Javier Corral añore tiempos pasados, cuando el PAN vivía exclusivamente de los errores y excesos de un PRI engreído y prácticamente omnipotente. Un PRI que cuando perdía, arrebataba. Tiempos así llevaban a los actores políticos al apego declamatorio de un libreto casi metafísico y, cuando las circunstancias obligaban, voltear a escuchar lo que sale de la concha del apuntador, en este caso la vaca sagrada que pontifica desde el partido. Todo esto es agua que pasó por debajo del puente. Con el arribo de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la república, los gobernadores de los estados ya no saben jugar su rol de actores, de tal suerte que se han dado a la experimentación, al tanteo, a la improvisación, para irse acomodando al contenido esencial de los tiempos del México actual.

Más allá de que ya hemos pasado por transiciones de otro tipo, pareciera que el gobierno federal, desde su cima hasta la base, se encuentra igual que los gobiernos franceses posteriores a la histórica Revolución de 1789. El antiguo régimen duró tanto, caló tan hondo, cinceló a profundidad y sobre piedra los estilos, centralizó tanto el poder que los que vinieron después no pudieron deshacerse de ese pasado, y de alguna manera continuaron escenificando los mismos roles, particularmente los que había impuesto la monarquía. 

Aunque en la república se habla de un nuevo régimen, la realidad es que el pretérito tiende a repetirse, pero no nos podemos engañar; hay cambios –no los califico por ahora– que impiden a los que se quedaron atrás las actuaciones a las que estaban acostumbrados. Y es el caso precisamente del gobernador chihuahuense. Como se sabe, está habituado a la teatralidad propia de los tablados y a comportarse de manera bravía hasta con los figurones de la propia casa. ¡Bravo, pues! Y esos números si para algo servían sólo se entendían cuando enfrente se tenía a un presidente de la república a modo, en este caso, del corte de Zedillo, Fox, Calderón o Peña Nieto, que unos por una razones, y el resto por otras, brindaban la oportunidad de ceñirse a los parlamentos escénicos y de ahí ganar algún lustre.

El estilo y los contenidos impresos por López Obrador, en los hechos, neutralizan el estilo corralista, que dicho sea de paso, se le observa en una especie de ambigüedad, porque a veces quiere reclamar al centro lo que él no respeta hacia las propias instituciones de la entidad. Adula un día, agrede al siguiente. Realmente no se pone a emplear las viejas palabras porque no funcionan. Si por “bono democrático”, es obvio que mayor es el del presidente; si por el campeonato por la lucha anticorrupción, basta decir que en esta materia Corral es un recién llegado, que además actúa con la selectividad que se conoce acá de sobra por los privilegios otorgados, entre otros, a Jaime Ramón Herrera Corral, aunado a lo cual encontramos la tardanza con la que se crearon los órganos anticorrupción, la inactividad de los mismos y la constante lenidad que los caracteriza. Así que los hechos no hablan como para brillar al lado de López Obrador. 

Como sabemos hasta ahora, el combate al llamado “huachicol” no ha tenido en territorio chihuahuense mayor repercusión en los hechos, particularmente porque no se ha presentado el problema de la escasez, pero Corral no quiso quedarse atrás, volteó a la concha de su propio apuntador y ha querido robar escena, más con fines pragmáticos de la construcción de su futuro que de realidades tangibles. A ese fin se cacaraqueó la detención de dos presuntos “huachicoleros”, uno de ellos identificado como líder de la banda, sobrino de la exdiputada priísta de bochornosos antecedentes, Alma Rosa Núñez, conocida como “Malocha”, e hijo de René Núñez, a quien según la autoridad estatal se identifica como uno de los principales  compradores de madera clandestina en la región de Bocoyna. Al segundo detenido sólo se le menciona como operador de la célula que supuestamente lidera el primero.

Con estas acciones, Corral quiere ganar un poco de gloria, participar en la manufactura de la historia. Pero a este respecto hay un hecho que se ha perdido de vista y que tiene relevancia por ir a desembocar directamente en la explotación y control de los hidrocarburos en México. Se trata del nombramiento como auditor superior del estado del señor Héctor Acosta Félix, que antes de asumir el cargo se desempeñó como miembro en la Comisión Nacional de Hidrocarburos, antes como alto funcionario en la Secretaría de la Función Pública, cuando esta estuvo en manos de Francisco Barrio Terrazas y especialmente de Eduardo Romero Ramos. En esta dependencia ocupó diversos cargos relevantes. 

Héctor Acosta estuvo en un órgano colegiado que tiene –seguramente sufrirá cambios– las siguientes facultades y obligaciones, según la ley: regular y supervisar exploraciones y extracciones de hidrocarburos; suscribir y licitar contratos, administrar asignaciones y prestar asesoría técnica a la Secretaría de Energía. De todo esto desprendo que antes de llegar a su cargo actual, impulsado por el Ejecutivo estatal, vio y fue testigo de innumerables antecedentes del drama actual en el que se debate PEMEX, su saqueo, el combate al robo de hidrocarburos y la crisis en la que entró el país entero, aunque esté localizado en una vasta región del territorio nacional. 

Es de suponerse que a los ojos del gobierno federal llame más la atención que Acosta haya formado parte de dicho colegiado, que la detención misma de los presuntos ladrones de combustible, con lo que se quiso poner en sintonía, levantando la mano para que lo viera López Obrador formando parte de la tarea. Es una vieja y trillada práctica de pase de lista para dejarse ver, dicen los políticos dados al drama.

Vale conjeturar que cuando conozcamos todo el entramado de la corrupción del saqueo a PEMEX, el órgano del que formó parte Héctor Acosta estará en la mira. Tanto por sus acciones como, quizá, más por sus omisiones. Porque para que se haya llegado a los grados de corrupción que conocemos, es obvio pensar que muchos hicieron y otros dejaron de hacer, dejaron pasar. Aquí está, además, una vieja historia que ubica a Corral de lado de los que no saben comprometerse con la rendición de cuentas, la transparencia, la auditoría y fiscalización de los recursos públicos, porque la misma parte de un principio fundamental: nunca hay que designar a los del propio partido para que realicen esas funciones, hasta por una razón netamente utilitaria: cuando hacen bien su trabajo tampoco inspiran confianza, por militar o simpatizar en el mismo partido. No se puede ser juez y parte, mucho menos velar historias a la hora de su designación, con todas las consecuencias posibles.

Pero Corral es tesonero, buscará colocarse, pretender meter primero el hombro y después la cabeza para salir en la foto. Ahora amigo del gobernador Alfaro de Jalisco, mañana rival o adversario. Le queda poca pólvora por gastar, los libretos del pasado ya no le dan resultados, de la concha del apuntador parece que no brota nada que sea eficaz, pues la debacle del PAN es profunda. Así pasa cuando el susurrador de los actores ha agotado sus destrezas, más cuando el mismo actor carga en su inventario tantos fracasos que es difícil que lo inviten a nuevas puestas en escena. Y es que el telón prácticamente ha caído.