Algunos filólogos piensan que la palabra “malandro” surgió del suelo nutricio de la península itálica. Sea cual sea su origen, el significado tiene el común denominador de delincuente, salteador de caminos, maligno, perverso, bellaco, ratero, de mal vivir. Por tanto, “malandrín”, sería el sujeto entregado a esas ruines actividades.

En la coyuntura del amor y la paz, de la reconciliación, se escenifica el enfrentamiento, de género chico, entre los compadres en discordia Javier Corral y Cruz Pérez Cuéllar, Cali gobernador el primero (¿apócope de Calígula, según conjetura de un amigo del desierto?), senador electo el segundo y antiguos correligionarios en el PAN, donde un tiempo se juraron amor eterno, sellándolo probablemente bajo las rigurosas normas del Código Canónico que rige en la iglesia católica.

Pérez Cuéllar tocó al sensible Corral con la palabras “frívolo” y “golf”; ni siquiera hizo alusión a la felina estirpe que autoriza las labores del Ejecutivo y eso bastó (en realidad es poco) para que fuera acusado de malandrín, según esto, la tarea única que sabe realizar, recordando sus negros nexos con César Duarte, tildándolo de infiltrado o de ser la simple garganta que mueve Yeidckol Polevnsky.

Se pelearon los compadres y salieron a relucir las verdades. Fuera de lo circunstancial o anecdótico, es conveniente precisar un manojo de aspectos, empezando por la palabra siempre hiriente y causante de estropicios del señor Corral: éste no tiene necesidad de tildar a Pérez Cuéllar de “malandrín”, es decir de delincuente, en razón de que, siendo depositario de la acción penal por ser, de hecho y de derecho, el que tiene en sus manos la Fiscalía, mejor sería que cumpliera con sus obligaciones públicas antes de andar por el mundo lanzando calificativos.

Hechos, no palabras, aunque estas últimas sean de la predilección del gobernador panista. Por una parte; por otra, es lamentable que recurra al concepto de “infiltrado”, palabra del viejo diccionario del anticomunismo, quizá insinuando que es el agente de Duarte en MORENA, lo que lo coloca en una reyerta que desmiente las palabras que un día antes dijo en Ciudad Juárez, en el tiempo que le dejaron hablar. Que tiene el derecho de expresar y decir lo que quiera, ni quien lo dude, ni quien pueda evitarlo, más en una tierra de demagogos sin fin, como los que hemos padecido aquí con Patricio Martínez y César Duarte, y con los cuales hace trío Corral, en ese verbo especial que se conoce como verborragia, que crea problemas donde se pueden evitar o de plano no existen.

El otro aspecto: Cruz Pérez Cuéllar en efecto se nutrió con dinero de la tiranía; en Unión Ciudadana se sabe de tiempo atrás. Fue, junto con Jaime Beltran del Río, un candidato esquirol y a su tiempo recibió el estipendio que ganan los traidores. MORENA simplemente le permitió su aparente rehabilitación. Aquel expediente y datos están en el conocimiento y escritorio de Corral, y debió, a tiempo, haber tomado la responsabilidad de realizar la investigación y ejercer la acción penal, pero optó por otro camino y aquí están las consecuencias. Su justicia selectiva, por eso, es el más grande de sus fracasos. Corral se dedicó a la cacería menor, probablemente porque como dice la canción, “matar a un compadre, es ofender al eterno”, y aquí matar, significa lisa y llanamente ponerlo tras las rejas, como debió haber sido, porque ahora sonaría a cruel venganza lo que pudo ser justicia.

Quizá todo esto suceda porque Corral depende de las autorizaciones de Cali. Todo es posible en la viña del señor.